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martes, 31 de enero de 2012

Tentación y Vulnerabilidad

"La vulnerabilidad siempre se encuentra en el corazón del amor de quien ama." Leo Buscaglia

Tentación y Vulnerabilidad

Las tentaciones son extremadamente reveladoras de la configuración de las personas. Cada una está expuesta a ciertas tentaciones, y no a otras.
El repertorio de aquellas que existen, con mayor o menor presión y eficacia, para una persona dibujan con bastante aproximación su figura.
Lo que nos tienta tiene afinidad con nosotros, está próximo a lo que constituye nuestra realidad. En cambio, lo ajeno y remoto no tiene dónde insertarse entre nuestros proyectos, nos deja indiferentes. Lo que es una efectiva tentación para unos, no existe como tal para otros, que permanecen inmunes ante la misma posibilidad. Pero hay un aspecto negativo en lo que suele llamarse tentaciones en su sentido primario, como propensión a algo que está mal y se descalifica. La tentación, desde cerca -esto es esencial- nos aparta de lo que verdaderamente somos. Envuelve una desviación, una falsificación, pero para ser eficaz tiene que aproximarse a nuestro núcleo propio, a lo que en nosotros es más verdadero. Por esto, a la tentación le pertenece una dosis de justificación, aunque sea una justificación insuficiente. Siempre hay razones para ceder a ella, y cuando la resistimos, algo se queja y duele en nosotros; pero a la vez sabemos que esas razones no son suficientes, y por eso el ceder nos duele también, porque nos parece una infidelidad o claudicación. La susceptibilidad a las tentaciones me parece un rasgo valioso de las personas: indica sensibilidad, atención a lo real, interés por ello, percepción de los valores, vitalidad intensa. La ausencia de tentaciones revela sequedad, pobreza, pusilanimidad, falta de generosidad, cobardía.
En el padrenuestro se reza: "no nos dejes caer en la tentación"; es decir, no consientas a ella, aunque la sientas y experimentes. Debes resistir a ella en nombre de algo superior y más propio, más auténtico, y aunque ello suponga un esfuerzo o una renuncia. El rigorismo calvinista según el cual la tentación, como propensión al pecado, es ya pecado, no parece justificado.
 El problema es saber qué es tentación.  Se puede tomar como tal lo que es atracción, placer lícito, realización de posibilidades auténticas. A eso no se debe resistir, en modo alguno. Hay personas que se llenan de prohibiciones injustificadas, indebidas, lo que puede ser estrictamente inmoral. Una forma particularmente importante de esta actitud es lo que podría llamarse "sacrificios humanos". Entiendo por esto la renuncia, no a cosas, sino a personas, o a algo que tenga carácter personal. El "desapego" -que suele ser en el fondo despego- me parece decididamente sospechoso; casi siempre encubre egoísmo, sequedad o indiferencia. El excesivo ascetismo, sin una clara justificación superior, es inmoral. La palabra "sacrificio" no quiere decir renuncia, abstención o destrucción de algo valioso, sino dar un carácter "sacro" a algo, y en eso reside su justificación, no en la posible dimensión negativa. Estas actitudes significan, desde mi punto de vista, ceder a otra forma de tentación, aunque no sea placentera, lo cual no parece una ventaja. El otro lado de la cuestión es la vulnerabilidad que afecta a la vida humana. No cabe duda de que es un riesgo, una amenaza, una promesa de posible sufrimiento. Pero tiene, más aún, un sentido positivo. Es la condición de la apertura a la realidad, de la estimación y el apego a cosas y, principalmente, a personas, de la posibilidad de sentir el dolor de la ausencia, del afán de realizar posibilidades cuya exclusión o fracaso o pérdida hiere.
Es inmoral evitar la vulnerabilidad a cualquier precio, que es desde luego la pérdida de intensidad de la vida, el despego, la propensión a resbalar sobre la realidad, la "corteza" aislante como coraza defensiva que elimina la sensibilidad. La eliminación de la vulnerabilidad es la disminución de la vida, su reducción a formas inferiores, la supresión del entusiasmo, de la adhesión a lo que, siendo valioso, se puede perder, puede fracasar. La invulnerabilidad significa falta de generosidad, reclusión en la realidad propia, incapacidad de dar y darse, y por ello de recibir algo que efectivamente valga la pena.  
Hay que conocer y medir las propias fuerzas, la capacidad de resistencia, los recursos para ello. Las heridas que la vida recibe provocan la intervención del conjunto de sus posibilidades, para hacer posible en primer lugar la aceptación, luego la posible curación, acaso la cicatrización. Esta vulnerabilidad tiene formas distintas en el hombre y en la mujer, asunto sobre el cual no se ha reflexionado demasiado; difiere igualmente según las edades. El niño y el joven parecen especialmente vulnerables, pero la relativa simplicidad de sus vidas hace que la herida tenga menos conexiones y sea más susceptible de cicatrización. A medida que se avanza en la edad, los ingredientes biográficos se van trabando en una estructura más compleja, las aplicaciones son mayores, la repercusión de cada elemento en el conjunto es más intensa. En la vejez se puede producir una concentración sobre uno mismo y sobre el pasado, que disminuye la vulnerabilidad al precio de cierta "indiferencia", pero esto es sólo una de las posibilidades, la otra es una complejidad máxima, una presencia insólita de la totalidad de la vida, desde su comienzo, lo cual significa un incremento de la vulnerabilidad.
Creo que lo decisivo para que la vulnerabilidad sea una dimensión positiva y valiosa de la vida, para que tenga una significación moral, es que la recepción y aceptación de las heridas no impida la continuidad del proyecto personal. Experimentar las heridas y sentirlas vivamente no implica necesariamente ser "vencido" por ellas.  
En nuestra época, la fragmentación de la vida es la gran amenaza; la mayoría de las personas vive con una interna atomización, en una curiosa dispersión que dificulta la "entrada en sí mismo", vacía la intimidad y hace precaria la posesión de la propia vida.

JULIÁN MARÍAS
Dr. en Filosofía discip. de Ortega y Gasset



lunes, 30 de enero de 2012

Avanza...

"Existe un lenguaje que va mas allá de las palabras"
P. Coelho


Ya te lo dijo

El comportamiento más natural es aquel que se hace sin el más mínimo esfuerzo, es el más veraz, el más auténtico. Por ello, nunca le digas a una persona que haga un gran esfuerzo por cambiar ya que entonces ese cambio corre el riesgo de ser falso; mejor analiza si así como es la persona, tal cual, se acopla a tus necesidades de afecto y amor. Si no, hay millones de seres humanos allá afuera donde la posibilidad de que alguno empate contigo, existe formalmente.

En los más recientes años de mi vida he desarrollado la siguiente idea de la pareja perfecta (yo sé que sí hay): aquellos que son totalmente naturales en su comportamiento y así es como uno deseaba al otro. Así de simple, así de difícil. Esto es perfección para mí y afortunadamente lo he podido vivir. Esto existe, no es una fantasía. Sin embargo, mediante la creencia de que la otra persona vaya a cambiar algún día, es que los humanos nos esperamos tanto y tanto tiempo viviendo en amargura y frustración. La misma que generamos nosotros mismos por elegir esperar un imposible.
 Yo creo en la capacidad de cambio de las personas. ¡Claro que creo! Sin embargo, también sé, y bien lo sé, que existen personas que nunca van a cambiar. De ellas estoy hablando en este análisis. En mi propia empresa han desfilado célebres personajes que nunca pudieron cambiar su naturaleza.
 En Nueva Conciencia se les ofreció una segunda naturaleza para mejorar su calidad como personas, pero les fue imposible adoptarla. Cuando la propia naturaleza es el impulso más lógico que brilla en el comportamiento de alguien, toda otra opción de mejora se ve opacada. Con esto te digo que me consta la incapacidad de cientos de personas para cambiar. No hay mala voluntad, no hay malos sentimientos, no hay absurda resistencia al cambio, no. Simple y llanamente no pueden. No tienen la capacidad. Quizá por ello la misma Biblia es tan gráfica cuando afirma en algún pasaje: “...no les des de comer miel a los cerdos”, o algo similar. Yo he tenido que aprender esto habiendo quien me aventara en la cara el frasco de miel que tan bondadosamente ofrecí. En mi adolescencia tuve un comportamiento que sería el indicado para que el terapeuta que soy hoy me atendiera. Qué ironía, al tiempo que me enorgullezco de mi crecimiento y despertar; en aquella época yo no tenía Internet ni había alguien que escribiera estas columnas ahí para que yo las leyera y me dieran luz. Yo no tuve esta ventaja que hoy muchos tienen, y aún así pude despertar. Entonces, cualquiera puede. Es cuestión de elegir la luz y quererse en verdad.

Mis sugerencias para que vivas una Nueva Conciencia de auténtico amor en tus relaciones de pareja, de amistad, familiares y/o laborales son las siguientes:

1. Aprende a querer a la gente tal como es. Esta es una de las opciones más sanas que he conocido en mi vida. Aceptar a la gente tal como es. Lo importante aquí es distinguir que eso no implica que las quieras. Aceptar no es lo mismo que querer.  Inmediatamente luego de aceptar que la gente sea tal como es, se abren otras dos opciones: querer a esa persona aunque me haga sufrir (opción que no recomiendo mucho), o dejar a esa persona en su propio camino y yo seguir por el mío (¡opción propia de una Nueva Conciencia que tanto recomiendo!). Aquí no hay resentimientos, ni maltratos, ni cuentas por cobrar, ni nada por el estilo. Es un sano acuerdo contigo mismo de dejar a la otra persona por motivos más que evidentes. Por dignidad. Por salud. Por amor. Y para lograr esto...

2. Analiza qué es lo que quieres realmente, vivir en lo falso o en la verdad. Sin duda hay gente que elige lo primero y es tan respetable como lo segundo. Lo falso puede ser hermoso y por un buen lapso de tiempo, pero llega el día en que esa hermosura se desvanece, llega el momento en que te das cuenta de que fue un embuste. Mientras más tarde elijas darte cuenta, más grande será tu dolor. Apúrate a elegir darte cuenta de que ya te lo dijo ( con actos) y actúa en consecuencia. Por algo cité como epígrafe de mi columna a Emerson cuando dijo: “Es más hermosa la verdad que el fingimiento del amor”, a lo que yo le agregaría por lo que he visto: “...aunque el mismo fingimiento del amor sea una dulce y bella fantasía”. En otras palabras, tú decides seguir jugando o salir del juego. Ya que decidas, ahora...

3. Actúa en consecuencia. Cuando uno descubre la verdad, no es recomendable seguir creyendo en la fantasía (aunque se puede por necedad). Eso genera enfermedad física y mental. Para mí, el actuar en consecuencia significa ya no esperar, liberarte, ser tú sin pena ni gloria. Aquí una gran pregunta: ¿Qué caso tiene querer a alguien que de antemano y con toda certeza ya sabes que no te quiere, y ya te lo dijo? Esta pregunta me la he hecho tantas veces. Sé que podría ser un amor muy sublimado a platónico, pero en esta ocasión estoy hablando en la simple dimensión de una vida de pareja o amistad en el común de los mortales. Aquí no aplica el querer a alguien que sabes que no te quiere. Eso es sufrir por elección propia. Una vez que actúas en consecuencia a lo que descubriste...

4. Alégrate inmensamente por el hallazgo. Cuando descubres la verdad, cuando te elevas por sobre el fingimiento, hay dos opciones: deprimirte amargamente porque las cosas no fueron como tú pensabas que eran, o alegrarte inmensamente por el hallazgo y saber que a partir de ese instante ya conoces lo que tu corazón verdaderamente necesitaba para seguir su pacífico camino de crecimiento y amor. Te juro que esta diferencia radica en una mera elección. ¡Tienes el poder para elegir! Por más doloroso que sea el desengaño, así mismo es de fortalecedor el saber que a partir de hoy puedes caminar por la verdad. Créeme en esto por favor, es motivo de una inmensa alegría, más de la que te imaginas, el desengañarte y así recobrar las fuerzas para seguir por tu camino. Saber la verdad libera, elegir verla dignifica. Y así, alegremente...

5. Sigue tu propio camino. Sin la menor duda ¡algo bueno te espera! Alguien siendo natural te espera allá afuera con una forma de ser que empatará perfecto con lo que buscas y crees merecer. El tiempo que llevo en este planeta ha sido ya el suficiente para percatarme de una dichosa verdad en la que están envueltos los humanos y te la diré: cada vez que creas haber perdido algo es porque en verdad se te ascendió hacia algo superior y tuvo que suceder un lógico desprendimiento. No se suele ascender en bloque, la evolución es personal. ¡Siempre pasa así! ¡Siempre! Si me quieres creer, me alegro, si no, más tarde el tiempo te dirá lo mismo que yo aquí. Lo que sigue en tu vida, luego de conocer la verdad y actuar en consecuencia siguiendo alegremente por tu propio camino, siempre es dicha y fortuna. ¡Siempre!

Lo mejor que podemos hacer por aquella persona que ya te lo dijo, es enviarle nuestro amor “mentalmente” y en forma amable cada quien seguir con su propia leyenda personal no intercalable. La tentación de regresar al tormentoso camino conjunto estará por todo el tiempo que tú decidas, el mismo tiempo que decidas ir caminando hacia delante pero viendo para atrás. Por eso es tan metafóricamente poderosa aquella historia bíblica donde se les advirtió a quienes serían liberados que no voltearan hacia atrás, de lo contrario quedarían convertidos en estatuas de arena. Así, viendo hacia atrás, se detiene de inmediato el avance, se suspende la liberación, se paraliza el progreso, se elimina el movimiento que es la esencia de la vida. ¿Ahora entiendes por qué se transforman en estatuas los que miran hacia atrás cuando van hacia delante? Es una metáfora muy esclarecedora. Pero si eliges caminar hacia delante viendo en esa misma dirección (sin duda otra elección que puedes hacer en cualquier momento) verás que todo desengaño resulta en un hermoso proceso de purificación que ayuda a tu alma a seguir avanzando. Decide seguir avanzando dejando atrás lo que precisamente detrás debe quedar para así dar espacio en tu corazón hacia lo que viene. Aunque parezca increíble para muchos, vivimos en un mundo perfecto donde las imperfecciones en la vida de relación, son parte del plan perfecto que hay para nuestra evolución, siempre y cuando aprendamos a dejar ir para poder tomar la siguiente prueba que nos lleva al siguiente nivel.

Saber que no hay gran necesidad de "hablar" para saber algo cuando alguien ya te lo dijo con sus actos, nos ahorra el desgaste de una fútil conversación. Salir de las tinieblas de la incertidumbre es una opción que podemos elegir y que nos dirige siempre hacia la luz, donde la alegría del hallazgo de la verdad siempre termina su historia en una gran...Emoción por Existir!
 
Autor desconocido
Documento extraído de la Web

viernes, 27 de enero de 2012

Vibraciones y Ciclos

Atraemos vibracionalmente lo que pensamos y sentimos.
Pero especialmente lo que sentimos.
 Cuando los pensamientos y las emociones están a punto ideal de manifestación, se refleja en nosotros en una sensación de paz (suma de certeza, claridad y alegría). Si es así, entonces, no tratemos de manipular tantos pensamientos y emociones que, de tanto intento, terminaremos por frustrarnos. Mejor, tratemos de simplificar nuestros pensamientos (no nos enredemos tanto en analizar y especular) y trabajemos más con el agradecimiento para que las emociones fluyan naturalmente desde la aceptación y la confianza. Y el proceso será no solo más simple, sino que eventualmente también será más rápido.
Lo pondré aun más simple. La mentes sencillas atraen maravillas; la mentes complicadas, aunque tengan la mejor instrucción, las alejan.


En el Universo, todo es cíclico. Unos más largos que otros, todos los ciclos siempre se completan. Es inevitable que así sea. No hay tormenta ni calma que sea para siempre. En todo proceso debemos experimentar ambas caras de la energía para completar un aprendizaje.
Y es que hay experiencias que son inevitables. No podemos parar la lluvia y hacer que el calor reine en el invierno porque no nos gusta el frio. La pregunta es ¿qué queremos hacer con esas experiencias? Y en esa respuesta es donde sí somos libres de elegir.
Cuando conocemos de cerca la vida de quienes consideramos nuestros maestros espirituales, podremos ver una biografía de altibajos. De la experiencia de esos vaivenes es que han despertado su sabiduría. Entre subidas y bajadas han encontrado el equilibro. Y de ese equilibrio conocieron la paz. Y desde la paz, se permitieron entender los altibajos como diferentes estados de aprendizaje.
Pero no podemos concluír en lo último sin aprender lo primero. Llegar a estar en paz tanto en subida como en bajada requiere que comencemos por no resistirnos a aceptar los cambios, renunciando a victimizarnos cuando estamos “abajo” o de la necesidad de estar siempre “arriba”, para poder ver mas allá de lo que nos pasa y volvernos más sabios.
Quiero detenerme un momento en lo que quiero decir con la palabra aprendizaje. Este no es necesariamente algo que tenga que ver con el intelecto y la comprensión. Muchas veces me encuentro con gente que está en medio de una tormenta y se niega a salir de ella porque aun no ha entendido “cuál es su aprendizaje”.
Lo que tenemos que aprender no siempre es comprensible -puede ocurrir en el nivel de nuestras emociones y no ser identificable para nuestro pensamiento-, y pocas veces, muy pocas, logramos verlo cuando estamos en medio del conflicto. Analizar, tratar de entender y poder explicar lo que nos sucede nos lleva a quedarnos anclados en el drama mucho más tiempo del que realmente necesitamos.
Aceptar no siempre requiere de nuestra mente. De hecho, de lo único que requiere la aceptación de nuestra mente es que se calle, que haga silencio, que no ofrezca resistencia con más preguntas. A este estado llegaremos tarde o temprano, pero el tiempo que demoraremos será cada vez menor en la medida que aprendamos a serenar nuestra mente.
Si, es posible estar en paz incluso es los momentos de crisis y caos. Pero para llegar a ella primero debemos encontrar el equilibrio. Y para llegar a él, debemos dejar pasar los reclamos que hará la mente. Y para que eso suceda, hemos sido dotados de decisión y voluntad.
Es decir, estar en paz es una decisión personal que cada uno puede tomar.
Cuando demos este paso, quizás no parezcamos tan inteligentes, pero seguro seremos un poco más sabios.

Julio Bevione




jueves, 26 de enero de 2012

El manantial del Amor...


 ¿Cómo voy yo a descubrir lo que es esta llama a la cual llamamos amor?
 No de qué forma expresarla a otro, sino qué significa en sí misma. Primeramente descartaré lo que la iglesia, la sociedad, mis padres y amigos, lo que todas las personas y libros han dicho de ella, puesto que quiero averiguar por mí mismo lo que ella es. He aquí un problema enorme que involucra a toda la humanidad. Ha habido mil maneras de definirla y yo mismo me hallo atrapado en un patrón o en otro, según lo que me gusta y me place por el momento.
¿Saben ustedes lo que en realidad significa amar a alguien, amar sin odio, sin celos, sin enfados, sin querer interferir en lo que él está haciendo o pensando, sin condenar, sin comparar? ¿Saben lo que significa? Donde hay amor ¿hay comparación? Cuando usted ama a alguien con todo su corazón, con todo su cuerpo, con todo su ser, ¿hay comparación? Cuando usted se abandona totalmente a ese amor lo otro no existe.
¿Es el amor responsabilidad y deber? y ¿usará el amor estas palabras? Cuando ustedes hacen algo por deber, ¿hay amor en ello? En el deber no hay amor. La estructura del deber en la que el ser humano está atrapado le está destruyendo. En tanto usted se vea obligado a hacer algo porque es su deber, no ama lo que está haciendo. Cuando hay amor, no hay ni deber ni responsabilidad.
La mayoría de los padres piensan, desgraciadamente, que son responsables de sus hijos, y su sentido de responsabilidad adopta la forma de decirles lo que deben hacer y lo que no deben hacer, lo que deben llegar a ser y lo que no. Los padres quieren que sus hijos tengan una posición asegurada en la sociedad. Lo que ellos llaman responsabilidad forma parte de esa respetabilidad a la que adoran; y me parece a mí que donde hay respetabilidad no hay orden; lo que les interesa es solamente llegar a ser unos perfectos burgueses.
Al preparar a sus hijos para encajar en la sociedad están perpetuando las guerras, los conflictos y la brutalidad. ¿A eso llaman ustedes solicitud y amor? ; cuidar de verdad, tal como ustedes cuidarían de un árbol o de una planta, regándola, estudiando sus necesidades, el terreno más adecuado, atendiéndola con delicadeza y ternura. Pero cuando preparan a sus hijos para encajar en la sociedad, los están preparando para que los maten. Si amaran a sus hijos no tendrían guerra alguna.
El sufrimiento y el amor no pueden andar juntos. Pero en el mundo cristiano se ha idealizado el sufrir; se le ha puesto en una cruz y se ha adorado, dando a entender que uno jamás puede escapar del sufrimiento a no ser a través de aquella puerta particular. Y esta es toda la estructura de una sociedad religiosa explotadora.
Cuando usted pregunta qué es el amor, puede que se sienta demasiado temeroso para ver la respuesta. Puede significar una completa sacudida: que se disgregue la familia, que usted descubra que no ama a su esposa, a su marido o a sus hijos -¿no?- que tenga que destruír la casa que ha construído; puede que nunca regrese al templo.
Pero si todavía lo quiere averiguar, verá que el miedo no es amor, que la dependencia, los celos, la posesividad y la dominación no son amor, ni lo son la responsabilidad y el deber; la autocompasión no es amor, ni tampoco la agonía de no ser amado. El amor no es lo opuesto al odio, de la misma manera que la humildad no es lo opuesto de la vanidad. Así pues, si usted puede eliminar todo eso, no forzándolo, sino lavándolo igual que la lluvia limpia el polvo que se ha posado a lo largo de muchos días sobre las hojas; usted quizás dará con esa extraña flor por la que el hombre siempre suspira.
Si ustedes no tienen amor -no a cuentagotas, sino en abundancia- si no están llenos de él, el mundo va a un desastre. Ustedes saben intelectualmente que la unión de la humanidad es esencial, y que el amor es el único camino.
Pero, ¿quién les enseñará a amar? ¿Alguna autoridad, algún método o sistema les dirá cómo amar? Si alguien se lo cuenta, ello no es amor. ¿Pueden ustedes decir: "Voy a practicar el amor. Me sentaré día tras día y pensaré en él. Voy a practicar lo de ser amable y gentil, y me esforzaré por prestar atención a los demás"? ¿Quieren decir que pueden disciplinarse y ejercitar la voluntad para amar? Cuando ejercitan la disciplina y la voluntad, el amor se va por la ventana. Al practicar algún método o sistema para amar, usted puede volverse extraordinariamente listo o más amable, o puede entrar en un estado de no-violencia, pero eso no tienen en absoluto nada que ver con el amor.
En este mundo desértico y desgarrado no hay amor porque el placer y el deseo juegan el papel más importante. No obstante, sin amor su vida cotidiana carece de sentido. Y no pueden tener amor si no hay belleza. La belleza no es algo que se ve: un árbol hermoso, un cuadro bonito, un bello edificio o una bella mujer. Tan sólo hay belleza cuando su corazón y su mente conocen lo que es el amor. Sin amor y ese sentimiento de belleza no hay virtud.
Ustedes lo saben muy bien. Hagan lo que hagan -mejorar la sociedad, alimentar al pobre- ustedes sólo crearán más daño, ya que sin amor sólo hay fealdad y pobreza en su corazón y en su mente. Pero cuando hay amor y belleza, lo que quiera que hagan será correcto, y estará en orden. Si saben cómo amar, pueden hacer lo que quieran, porque él va a solucionar todos los demás problemas.
Así llegamos a la siguiente cuestión: ¿puede la mente llegar al amor sin disciplina, sin pensamiento ni imposiciones, sin libro alguno, maestro ni líder, dar con él del mismo modo que uno da con una hermosa puesta de sol?
Me parece que una cosa es absolutamente necesaria: la pasión sin motivo. Pasión que no es resultado de ningún compromiso ni apego; pasión que no es lujuria. Un hombre que desconoce lo que es pasión, jamás conocerá el amor, porque el amor adviene solamente cuando hay abandono total de uno mismo.
Una mente que está buscando no es una mente apasionada. Y llegar al amor sin buscarlo, es la única forma de hallarlo. Llegar a él, sin saberlo, y no como resultado del esfuerzo o la experiencia. Un amor así, descubrirán que no es del tiempo. Un amor de esta clase no es personal ni impersonal; es tanto singular como plural. Es igual que la flor cuyo perfume puede usted aspirar o no, y pasar de largo. Esa flor es para todos y para quienes se toman la molestia de olerla profundamente y contemplarla con deleite. Tanto si uno se halla cerca, en el jardín, como si está muy lejos, es lo mismo para la flor; porque está llena de ese perfume, y por lo tanto lo comparte con todos.
El amor es algo nuevo, fresco, vivo. No tiene ayer ni tiene mañana. Se encuentra más allá del torbellino del pensamiento. Es tan sólo la mente inocente la que conoce lo que es amor; y la mente inocente puede vivir en el mundo, que no es inocente. Hallar esta cosa extraordinaria que el hombre ha buscado sin cesar mediante el sacrificio, la devoción, por medio de la relación, a través del sexo y de cualquier clase de placer y dolor; es posible tan sólo cuando el pensamiento llega a comprenderse a sí mismo, y con toda naturalidad llega a su fin. El amor, entonces, no tiene opuesto; el amor no tiene conflicto.
Puede que usted pregunte: "Si encuentro ese amor, ¿qué le ocurrirá a mi esposa, a mis hijos, a mi familia? Ellos necesitan tener seguridad". Cuando ustedes se formulan una pregunta como ésta, es que nunca han salido del campo del pensamiento ni de la conciencia. Una vez salgan de este campo, jamás van a hacer una pregunta de esta naturaleza, porque conocerán lo que es el amor, en el cual no hay pensamiento, y por consiguiente tampoco hay tiempo. Puede que lean esto como hipnotizados y encantados, pero ir más allá del pensamiento y del tiempo -que significa ir más allá del sufrimiento- representa ser consciente de que existe una dimensión diferente, llamada amor.
No obstante, ustedes no saben cómo llegar a ese extraordinario manantial; ¿qué es lo que hacen? Si no saben qué hacer, no hacen nada ¿verdad? Nada en absoluto. En ese momento, internamente están en completo silencio. ¿Comprenden lo que eso significa? Significa que no buscan, que no desean ni persiguen nada. No existe ningún centro. Entonces hay amor.

Texto tomado del Boletín extra de abril de 1992 titulado "Krishnamurti en Brockwood Park - Inglaterra"









miércoles, 25 de enero de 2012

Contemplación en la Acción


Pintura de: Dulce María González Calero
 Hacer sin hacer

Siempre estaba sereno; nada podía perturbarle; no conocía la agitación. A los que acudían a recibir sus enseñanzas les decía:

-No os fatiguéis en extremo; no os identifiquéis mecánicamente; no os involucréis con el agotador sentido del hacedor. Haced sin hacer.

Así se pronunciaba uno y otro día, pero la gente quedaba confundida. Le preguntaron:

-Pero ¿se puede hacer sin hacer? ¿En qué consiste eso?

-Es una actitud -contestó amablemente el maestro-. Una actitud. La acción, queridos, no es agitación. Si uno se siente como el hacedor de todo y fortalece su ego, es como llevar una carga inútil, pero quien hace sin hacer, libre de la acción, hace mejor y nunca se fatiga.

-No entendemos -dijeron desorientados los oyentes.

-En ese caso os pondré un ejemplo -dijo afectuosamente el maestro, siempre incólume y apacible-. Suponed que viajáis en un ferrocarril con una pesada maleta. Os pregunto: ¿la llevaríais encima o la dejaríais en el suelo del ferrocarril para que éste la llevara?

Comentario

«Wu-wei» lo llaman los taoístas chinos. «Contemplación en la acción» lo denominan los sabios indios. Es el no-hacer como actitud, el mantener la pasividad interior en la actividad por frenética que ésta resulte, el ejercitar que la acción no es necesariamente agitación y que uno puede mantener su ángulo de inafectación y quietud en cualquier situación, por tensa que resulte. Nadie puede dejar de actuar, porque la vida es movimiento 'y acción.

Los hay que actúan compulsiva y vehementemente; los hay que hacen sin-hacer y entonces hacen mucho mejor, más acertadamente y con mayor precisión. Está la acción agitada y ofuscada; está la acción clara y lúcida.

No-hacer significa no implicarse egocéntricamente. Los acontecimientos también siguen su curso. ¿Acaso no se refleja la luna en las aguas del lago por la noche y no van y vienen las olas lamiendo la playa? Hacer sin lucidez, sin sosiego y sin equilibrio es muy peligroso, y ya constatamos lo que está haciendo el ser humano con las otras criaturas y con el ecosistema. No hay armonía en la mente y entonces no se respeta la armonía exterior.

«Cuando los deseos humanos son moderados, se produce la paz, y el mundo se armoniza por su propio acuerdo» (Tao-Te-Ching). Pero trasladamos nuestro desequilibrio interior al exterior y lo contaminamos con desasosiego e inarmonía.

No-hacer no es no hacer nada, sino hacer sin aferrarse a la acción ni a los resultados de ésta; es la acción más libre, inegoísta, consciente, natural, oportuna, con renuncia a los frutos de la acción, porque si tienen que llegar lo harán por añadidura. Una acción tal no aliena, no condiciona, no limita, no esclaviza, no neurotiza, no revierte en feo y atroz egoísmo. Haz lo mejor que puedas en toda circunstancia y situación, libre de los resultados de la acción. No se puede empujar el río. Al día sigue apaciblemente la noche. No actúes de
manera compulsiva. La acción más lenta y sosegada, más atenta y precisa, es hermosa y fecunda; la acción precipitada, urgente y agresiva, es fea e indigna. El Bhagavad Gita enseña: «Cumple sin encadenarte a la obra que debas hacer, pues si se hace sin encadenarse, el ser humano alcanza la Mente Suprema».
Todos tenemos que actuar, pues incluso un eremita en su cueva ha de limpiada, meditar, ordeñar a la cabra para tomar su leche o encender un fuego para protegerse de las inclemencias del invierno. Pero la acción puede encadenamos y los resultados obsesionamos y esclavizamos, o por el contrario podemos acometerla sin ataduras. Además, el proceso es tan o más importante que la meta. Cada paso en la larga marcha tiene su peso específico y cuenta. Más importante que adónde voy, es que voy El cementerio está lleno de personas que tuvieron mucha prisa y lo único que hicieron fue volver un poco antes al polvo del que emergieron. El no-hacer es también hacer sin avidez ni odio, con equilibrio de ánimo.

La acción nunca puede ser superior al que actúa, aunque el hombre de esta época parece olvidar este valioso principio y se aliena fácilmente con un elevado coeficiente de actividades desasosegadoras. La acción más inegoísta no se basa nunca en explotar, someter o vencer. Es cooperante y amable. No admite competencia ni desamor. La mente permanece pura y ni se aferra ni genera aversión. Del fracaso se aprende. No hay lugar para el desfallecimiento. La acción en sí misma es entonces liberatoria. Da igual que se haga.
Barrer es tan importante o más que las decisiones de un ministro; lavar los utensilios de la cocina es tan decisivo como la labor que lleva a cabo un abogado o un médico. Se hace lo que se tiene que hacer; se toma la dirección que se debe tomar. Al hacer sin hacer no hay vacilaciones. Eres jardinero. Cultiva lo mejor que puedas el jardín. No depende de ti si luego llega un huracán y lo destruye. Tú haz lo mejor que puedas al abonar, podar, regar y
remover la tierra. Ésa es ya en sí misma la recompensa y no si llegas a tener el jardín más admirado del mundo.

Ramiro Calle ( El libro de la serenidad)




























martes, 24 de enero de 2012

Conocernos mas a nosotros mismos



Origen de la Inteligencia Emocional

Tales de Mileto, aquel pensador de la antigua Grecia que es considerado como el primer filósofo conocido de todos los tiempos, escribió hace 2.600 años que la cosa más difícil del mundo es conocernos a nosotros mismos, y la más fácil hablar mal de los demás.
Y en el templo de Delfos podía leerse aquella famosa inscripción socrática —gnosei seauton: conócete a ti mismo—, que recuerda una idea parecida.
Conocerse bien a uno mismo representa un primer e importante paso para lograr ser artífice de la propia vida, y quizá por eso se ha planteado como un gran reto para el hombre a lo largo de los siglos.
Conviene preguntarse con cierta frecuencia (y buscando la objetividad): ¿cómo es mi carácter? Porque es sorprendente lo beneficiados que resultamos en los juicios que hacen nuestros propios ojos. Casi siempre somos absueltos en el tribunal de nuestro propio corazón, aplicando la ley de nuestros puntos de vista, dejando la exigencia para los demás. Incluso en los errores más evidentes encontramos fácilmente multitud de atenuantes, de eximentes, de disculpas, de justificaciones.
Si somos así, y parecemos ciegos para nuestros propios defectos, ¿cómo se puede mejorar? Mejoraremos procurando conocernos. Mejoraremos escuchando de buen grado la crítica constructiva que nos vayan haciendo con cualquier ocasión. Pero a eso se aprende sólo cuando uno es capaz de decirse a sí mismo las cosas, cuando es capaz de cantarle las verdades a uno mismo. Procura conocer cuáles son tus defectos dominantes. Procura sujetar esa pasión desordenada que sobresale de entre las demás, pues así es más fácil después vencer las restantes.
Para uno, su vicio capital será la búsqueda permanente de la comodidad, porque huye del trabajo con verdadero terror; para otro, quizá su mal genio o su amor propio exagerado, o su testarudez; para un tercero, a lo mejor su principal problema es la superficialidad o la frivolidad de sus planteamientos. Piénsalo. Cada uno de tus defectos es un foco de deterioro de tu carácter. Si no los vences a tiempo, si no les pones coto, te puede salir mal la partida de la vida.
Quizá lo que hace más delicada la formación del carácter es precisamente el hecho de que se trata de una tarea que requiere años, decenas de años. Ésa es su principal dificultad.
Toth comparaba este trabajo a la formación de un cristal a partir de una disolución saturada que se va desecando. Las moléculas van ordenándose lentamente conforme a unas misteriosas leyes, en un proceso que puede durar horas, meses, o muchos años. Los cristales se van haciendo cada vez mayores y constituyendo formas geométricas perfectas, según su naturaleza..., siempre que, claro está, ningún agente externo estorbe la marcha de ese lento y delicado proceso de cristalización. Porque un estorbo puede hacer que acabe, en vez de en un magnífico cristal, en una simple agregación de pequeños cristales contrahechos.
Puede ser ése el principal error de muchos jóvenes, o quizá de sus padres. Pensar que aquellos reiterados estorbos en el camino de la delicada cristalización de su espíritu eran algo sin importancia. Y cuando advirtieron que habían cuajado en un carácter torcido y contrahecho, poco remedio quedaba ya.
¿Hay entonces en el carácter cosas que no tienen remedio?
Siempre estamos a tiempo de reconducir cualquier situación. Ninguna, por terrible que fuera, determina un callejón sin salida. Pero no debe ignorarse que hay tropiezos que dejan huella, que suponen todo un trecho equivocado cuesta abajo que hay que desandar penosamente.
Piensa en esas malas costumbres, en esa terquedad que cuando eras niño resultaba graciosa y ahora se ha vuelto más espinosa y más dura. Piensa en cómo dominas tu genio, en cómo soportas la contrariedad. Piensa si no eres un cardo. Porque cardos surgen en todas las almas y es cuestión de saber eliminarlos cuando aún están tiernos. Esa solicitud y esa lucha continua es la educación.
Procura ver las cosas buenas de los demás, que siempre hay. Y cuando veas defectos, o algo que te parece a tí que son defectos, piensa si no los hay —esos mismos— también en tu vida. Porque a veces vemos: a un quejoso que se queja de que los demás se quejan; a un charlatán agotador que protesta porque otro habla demasiado; a uno que es muy individualista en el fútbol y luego se queja de que no le pasan el balón; que recrimina agriamente los errores a sus compañeros y luego resulta que él falla más que nadie; al típico personaje irascible que se rasga las vestiduras ante el mal genio de los demás.
¿Por qué? Quizá sea efectivamente porque —no se sabe en virtud de qué misteriosa tendencia— proyectamos en los demás nuestros propios defectos.
El conocimiento propio también es muy útil para aprender a tratar a los demás. Hay, por ejemplo, padres impacientes a quienes con frecuencia se les escuchan frases como "le he dicho a esta criatura por lo menos cuarenta veces que..., y no hay manera". Y cabría preguntarse: bien, pero ¿y tú? ¿No te sucede a tí que te has propuesto también cuarenta veces muchas cosas que luego nunca logras hacer?
¿No podemos entonces exigir nada a los hijos porque nosotros somos peor que ellos...? No, por supuesto. Pero cuando alguien es consciente de sus propios defectos, la tarea de educar se ve muchas veces como una tarea que tiene bastante de compañerismo. Y se celebra el triunfo del otro y se sabe disculpar y disimular la derrota, porque se confía en que le llegarán también tiempos de victoria. Por eso no viene mal tener en la cabeza nuestros fallos y nuestros errores a la hora de corregir, para saber conjugar bien la exigencia con la comprensión.
Aprender a conocerse

Mientras lees esto, trata por un momento de tomar distancia sobre tí mismo. ¿Puedes mirarte a tí mismo como si fueras otra persona? ¿Puedes definir, por ejemplo, el estado de ánimo en que te encuentras, tu carácter, tus principales defectos o cualidades?
Piensa en cómo ha trabajado tu mente ante esas preguntas. Su capacidad de hacer eso que acaba de hacer es específicamente humana. Los animales no la poseen. Esa autoconciencia nos permite evaluar y aprender de nuestros propios procesos de pensamiento. Gracias a ella, también podemos crear, reforzar o rechazar nuestros hábitos personales, nuestro carácter, nuestro modo de reaccionar ante las cosas.
Usar con acierto de este privilegio humano nos permite examinar las claves de nuestra vida: conocerse a uno mismo permite al hombre a convertirse en el artífice de su propia vida. Le hace posible vivir en clave de autenticidad. Pone a su alcance esa posibilidad, tan decisiva, de ser fiel a lo mejor de uno mismo, de vivir la propia vida como protagonista y no como un mero espectador.
Por eso la psicología y la filosofía han tratado con profusión sobre el conocimiento propio, subrayando siempre la dificultad que encierra profundizar en él. Si ya a veces es difícil incluso reconocer la propia voz en una grabación, o la propia figura en una fotografía o un vídeo en el que se nos ve de espaldas, resulta siempre mucho más complejo reconocerse a uno mismo en las diversas facetas de la propia personalidad.
El autoconocimiento supone siempre una labor ardua y que, en cierta forma, no acaba nunca. Nunca acabaremos de conocernos del todo: el hombre tiene algo de misterio, siempre hay algo de él que se le escapa, que va más lejos de su propia inteligencia. El hombre cuando dirige su mirada hacia sí mismo, muchas veces tiene que dejarse llevar por suposiciones. Intuye la dirección por donde debe dirigirse a la meta, pero con frecuencia desconoce la realidad misma de la meta. Podríamos decir que tiene de sí mismo un conocimiento progresivo. Porque tampoco sería cierto hablar de desconocimiento. Quien se esfuerza por conocerse, lo logra.
Y son precisamente las circunstancias de dificultad, si se saben afrontar juiciosamente, las que puede dar lugar a marcos de referencia nuevos, a cambios fecundos en el modo de entender la propia vida, cambios a través de los cuales podemos ver al mundo, a los demás y a uno mismo de un modo mucho más humano.
Saber sacar de la dificultad una enseñanza responde siempre a una gran sabiduría. Y esto es aplicable a la vida personal, a la vida familiar, a la profesional o a la de relación. La historia apenas conoce casos de grandeza, de esplendor, o de verdadera creación, que hayan tenido su origen en la comodidad o la vida fácil. "En la adversa fortuna suele descubrirse al genio, en la prosperidad se oculta"
Una persona madura y equilibrada tiende a mirar siempre con afecto la propia vida y la de los otros. Contempla toda la realidad que le rodea con deseo de enriquecimiento interior, porque quien ve con cariño descubre siempre algo bueno en el objeto de su visión. El hombre que dilata y enriquece su interior de esa manera, dilata y enriquece su amor y su conocimiento, se hace más optimista, más alegre, más humano, más cercano a la realidad, tanto a la de los hombres como a la de las cosas...


Prof. Jorge Raúl Olguín.
 ( Fragmento Nota sobre Inteligencia Emocional)


lunes, 23 de enero de 2012

Hallar la verdad



¿Dónde está la verdad?

El discípulo no dejaba de hacerse preguntas y formularse todo tipo de interrogantes existenciales. Su mente era un hervidero de dudas, cuestionamientos, abstracciones y especulaciones metafísicas. Desasosegado, visitó al maestro para preguntarle:

-¿Dónde está la verdad?

El mentor repuso concretamente:

-La verdad está en la vida de cada día.

El discípulo protestó:

-Pues no logro ver ahí ninguna verdad, te lo aseguro, maestro.

-Ésa es la diferencia, amigo mío -repuso en tono apacible el mentor-, que

unos la ven y otros no.

La verdad se halla muy cerca: dentro de uno y alrededor de uno. Depende de la actitud. Puedes estar barriendo y la verdad se halla muy lejos, pero puedes estar barriendo y la verdad se halla en la escoba y en tu actitud. A cada momento se puede atrapar la verdad... o nunca. Si la ponemos muy lejos, la convertiremos en una idea o una recompensa, pero no la alcanzaremos porque no la practicaremos aquí y ahora. Si la mente está atenta y serena, cada instante se convierte en una gloriosa verdad. No importa si estamos lavando platos o vistiendo a los niños, sacando a pasear al perro o regando las plantas. No hay verdad alguna en preparar una ensalada o ahí está toda la verdad del mundo: depende de la actitud con que la preparemos. ¿La has preparado mecánicamente, por quitártela de en medio, sin minuciosidad?
No hay, desde luego, la menor verdad en esa ensalada. ¿La has preparado con atención, amor, precisión? Has conseguido una gran verdad en esa ensalada, aunque sólo sea de lechuga o escarola.
Además, la verdad se evidencia no sólo en lo que hacemos en la vida cotidiana, sino en lo que la vida misma es. Empieza por poder ser un maestro y un reto, y por supuesto un aprendizaje. Cada situación es una guía; cada pensamiento que se presenta en la mente es una oportunidad para conocer nuestras reacciones. No hay momento que perder, pues todo momento es para aprender. La vida es un alambre que se nos extiende del nacimiento a la muerte. Hay que ser un buen equilibrista y caminar sobre el alambre con atención, lucidez, ecuanimidad y firmeza. Así, a cada paso sobre éste se encuentra y desarrolla la verdad. Unos la ven, otros no la ven. Unos la practican, otros no lo hacen.
Antes hablábamos de un raro fenómeno de la mente. Ahora hablamos de una rara sustancia que los hindúes denominan «maya», que es la neblina que perturba la visión y roba el entendimiento, la ilusión que nos hace poner el énfasis en lo insustancial y despreocuparnos de lo sustancial. Una extraña sustancia que nos hace tomar por real lo irreal y viceversa, que nos conduce a magnificar lo insignificante y a trivializar lo importante. La verdad consiste también en ir, momento a momento, disipando esta bruma de la mente, cuando barremos o cuando preparamos la ensalada, en compañía o en soledad.

Ramiro Calle














viernes, 20 de enero de 2012

Deseos...


El ávido
Era un hombre muy ávido, siempre movido compulsivamente por sus apegos; pero, a pesarde ello, tenía inclinaciones espirituales y deseaba hallar alguna superación interior. Fue entonces a visitar a un maestro y le confesó que era víctima de todas sus apetencias, pero que consideraba que así podría satisfacer todos sus deseos y apegos y, de esa manera, quedaría libre de ellos. -¿Libre de ellos? -le preguntó irónicamente el maestro.
-Sí, agotaré los deseos, los apegos y, luego, ya liberado, me podré dedicar mejor a la meditación y a la evolución interior.
El mentor se quedó pensativo unos instantes y luego dijo:
-Muy bien, muy bien. Teniendo en cuenta que si has venido a mí será porque requieres algún tipo de instrucción, sólo te diré una cosa: cuando tengas sed, come pescado salado. Cuanto más sed tengas, más pescado salado debes comer. Eso es todo.

Comentario

Nadie puede agotar el fuego suministrándole más leña en lugar de permitir que se consuma y cese por falta de combustible. El deseo compulsivo no tiene fin, porque entronca con el pensamiento y el ego, cuya voracidad es ilimitada. El deseo es inherente a la vida. No se debe reprimir (porque lo que echas por la puerta te entra por la ventana, como reza un adagio), pero sí se puede aprender a suprimir conscientemente, transformar, derivar o controlar con lucidez. Se trata de una respuesta o reacción más o menos intensa hacia todo aquello que place o produce disfrute; es una inclinación a la sensación grata, del mismo modo que la aversión es una resistencia u odio a lo que displace, es decir, a la sensación desagradable.
El deseo es una energía muy poderosa, que cursa física, mental, emocional o espiritualmente. El problema no es en sí mismo el deseo natural, sino el apego y los deseos artificiales o imaginarios. El deseo crea un movimiento hacia lo que codificamos y sentimos como agradable, pero no nos basta con disfrutado, sino que queremos mantenerlo, intensificado, perpetuado, y, por medio del pensamiento, comenzamos a generar una adicción que nos hace; depender y entrar en servidumbre con respecto al objeto del deseo, sea éste una situación, un objeto o una persona. Surgen el afán de posesividad y el aferramiento y, subsiguientemente, el miedo a perder el objeto del deseo.
No es cierto que el deseo se gaste como unos zapatos nuevos. Deseo mecánico, voraz, incontrolado, lleva a más deseo mecánico, voraz e incontrolado. La persona deja de desear para ser arrastrada por sus deseos. El deseo compulsivo siempre crea ansiedad; el que ansía no tiene paz. La sociedad que sólo valora la producción material siempre está engendrando deseos artificiales en el individuo para despertar sus instintos de hacer y acumular, pero nunca su sabiduría de ser. Sobre el deseo los maestros orientales dijeron: «Es como un tigre. Hay que aprender a cabalgar sobre él, porque si te descabalga te engulle».
Cuando uno es víctima de muchos deseos compulsivos no puede aspirar a un estado de sosiego. La energía vital siempre está proyectada hacia los supuestos objetos del deseo. Si se obtienen, pueden resultar tediosos; si no se consiguen, despiertan mucha frustración. El apego se puede convertir en un veneno. La persona lúcida y entrenada sabrá cuándo satisfacer sus deseos y cuándo suprimidos conscientemente o derivados hacia una causa más importante. Así no habrá menos, sino más disfrute, pero desde el desapego y la conciencia, sin obsesiones ni compulsiones. El deseo puede ser neuróticamente vehemente o saludablemente sosegado.
El control sobre los sentidos, incluida la mente, colabora en el dominio sobre el deseo, la disolución del apego y la trascendencia de la compulsividad. Este control nunca debe ser represivo, sino consciente, y consiste en estar más vigilante de nuestras propias energías de deseo y nuestras tendencias ego céntricas al aferramiento y la posesividad. La represión no es la supresión consciente del deseo, sino que se le inhibe incluso a pesar de uno mismo -y muchas veces inconscientemente-, ya sea por códigos, filtros socioculturales, miedos, falsa moral o esquemas familiares o sociales. La supresión consciente es hacer uso de la volición para contener un deseo cuando uno considera que su satisfacción puede resultar perjudicial
para alguien. El deseo en sí mismo es una fuerza que se canaliza en uno u otro sentido según proceda, pero siempre que se haya desarrollado la suficiente sabiduría y el dominio para hacerla.
La superación del deseo vehemente y compulsivo, que siempre genera aferramiento y apego, exige el desarrollo del sentimiento de la nobleza, el entendimiento vivencial de la transitoriedad, el recordatorio de nuestra finitud, la autoobservación acertada para saber si se trata de deseos naturales o artificiales, la ecuanimidad y firmeza de mente (para que no se deje obsesionar por apegos y aversiones) y la comprensión clara. El apego puede llegar a convertirse en una verdadera enfermedad, y «sólo cuando nos cansamos de nuestra enfermedad, dejamos de estar enfermos» (Tao- TeChing).
Debemos reflexionar sobre la siguiente sentencia del Dhammarada: «No identificarse con lo agradable ni identificarse con lo desagradable; no mirar a lo que es placentero ni a lo que es displacentero, porque en ambos lados hay dolor». Para los sabios de Oriente, el conflicto y el sufrimiento innecesarios no tienen nunca lugar para el que no hace diferencia entre lo anhelado y lo no anhelado. Entonces la vida comienza a vivirse en toda su totalidad y es, de continuo, el libro más sabio en el que poder inspiramos.

Ramiro Calle ( El libro de la serenidad)

miércoles, 18 de enero de 2012

Comunión y Ternura


Crear Comunión con Ternura...

La comunión es muy distinta a la generosidad. La generosidad consiste en arrojar semillas de bondad, en hacer el bien a los demás, en ejercer las virtudes heroicas, en dar dinero, en dedicarse a los demás.

El generoso es fuerte, tiene poder, hace pero no se deja tocar, no es vulnerable. En la comunión uno se vuelve vulnerable, se deja tocar por el otro. Se da una reciprocidad: una reciprocidad que pasa por la mirada, por el tacto. Es un tomar y dar amor, un reconocimiento mutuo que puede hacer brotar la sonrisa o puede llegar a lo profundo con compasión y las lagrimas. La comunión se fundamenta en confianza mutua en la que cada uno da al otro y recibe en lo más profundo y silencioso de su ser. La comunión se manifiesta en primer lugar en el amor de una madre o de un padre con su hijo. La sonrisa y la mirada del hijo llenan de alegría el corazón de la madre y la sonrisa y la mirada de la madre llenan de alegría el corazón del hijo. Se revelan el uno al otro. No se sabe si la madre da màs al hijo o si el hijo da màs a la madre. Esta comunión se realiza a través del tacto, de la mirada, del juego, de la comida, el baño, los cuidados: la madre ríe, juega, es cariñosa, y el hijo le responde con la sonrisa y la risa, con su alegría y con el movimiento de su cuerpo. ¿Que ocurre en este vaivén de amor? A través de su tacto, de su mirada, la madre o el padre dicen al niño: "eres bello, eres digno de ser amado, eres valioso, eres importantes". Y lo mismo ocurre con el niño hacia su madre. El niño que mira a su madre, el niño que ríe, manifiesta a la madre su propia belleza. Esta comunión es una realidad profundamente humana, constituye lo más fundamental que hay en la vida y en la psicología humana. Forma la base que va a permitir a cada uno de entrar progresivamente en comunión con la realidad de su medio humano, de los demás, del universo. El niño que no ha vivido esta comunión no podrá tener confianza en si mismo; vivirá en el temor y crearà mecanismos de defensa y de agresión para protegerse.
Para la comunión, el lenguaje más importante es el no verbal: el gesto la mirada, el tono de voz, la actitud del cuerpo. Son estas cosas las que revelan el interés que se tiene por el otro, lo mismo que el desinterés, el desprecio y el rechazo. Para los que tienen deficiencias en el plano del lenguaje verbal, el cuerpo se convierte en lenguaje esencial. Cuando el niño o la persona que no puede explicarse mediante la palabra sabe que es comprendida nace en ella una nueva convicción: la convicción de que es una persona que tiene derecho a poseer y expresar sus deseos, que es comprendida, la convicción de ser y de tener un valor.
Las personas débiles nos conducen a lo màs profundo que hay en nosotros mismos. Sus rostros alegres, sus cuerpos relajados, nos revelan lo que somos. Uno se hace pobre ante el otro, se descubre que no se tiene nada externo para dar; solamente el corazón, la amistad, la presencia. Y todo esto ocurre con pocas palabras, a través de la mirada y del tacto. En ese momento es cuando se descubre que en esta persona debilitada, desamparada, existe una luz que brilla, que escuchándole uno se enriquece, se aprende algo de lo humano y de Dios. Es un momento de comunión que es fuente de curación para los dos.
Ternura no significa sentimentalismo ni emotividad. Es dulzura y bondad que no dan miedo. Es delicadeza que manifiesta al otro que se le considera importante, poseedor de un valor.
La ternura se revela en el tono de voz, en la forma de tocar. No es blandura sino una fuerza segura trasmitida a través de los ojos y de las manos. Es una actitud del cuerpo, siempre atento al cuerpo del otro. La ternura no se impone, no es agresiva, es dulce y humilde. No es una orden. La ternura está llena de respeto. No es seductora. Es una escucha y un tacto que suscitan y despiertan las energías en el corazón y el cuerpo del otro. Trasmite vida y libertad. Da ganas de vivir. La ternura es la madre que baña a su hijo mostrándole su belleza; es la enfermera que toca y cuida la herida haciendo el mínimo daño posible.

La ternura no se opone a la competencia y a una cierta eficacia. Al contrario. (…) La ternura y la comunión están llamadas a arropar a la competencia.


Jean Vanier, Cada Persona es una Historia Sagrada

martes, 17 de enero de 2012

Integración "Alma y Personalidad"


Alma y Personalidad
La personalidad es una fuerza que consta de tres fuerzas menores, la llamada tríada inferior: físico, emocional – sensorio y mente inferior, todas ellas si están unidas hacen un personalidad, fuerte, con un cuerpo emocional y mental que se expresa con fuerza en el plano físico.

Es evidente que en el mundo, no todas las personalidades son así, ya que hay muchas de ellas que adolecen de la “debilidad” o el “exceso” de alguna de estas tres fuerzas. Por ejemplo se puede dar el caso de una personalidad emocional y sensiblemente muy fuerte pero de una mente débil y que por tanto muchas veces malinterpretará sus capacidades de “sentir”, llegando incluso a padecer en su cuerpo físico el erróneo resultado de su “mal pensar”. Esta persona estará totalmente supeditada a su fuerte cuerpo emocional y deberá a aprender y llevar a la práctica el significado de las palabras discriminación y discernimiento, logrando con su aprendizaje un mayor nivel de concentración emocional positiva y bien dirigida, y por tanto una expresión física mas armónica.

Pero qué papel juega el Alma en estos procesos de integración de la tríada inferior en un todo llamado Personalidad?

En los libros de Alice Bailey, se nos dice a menudo, que el Alma es el hijo o aspecto Amor de la divinidad. Esto es así porque al Alma la sitúan entre la Personalidad y el Espíritu, también llamado Voluntad de Dios, mostrando con su capacidad flexible y amorosa la unión entre el Espíritu y la Materia.

También se nos dice que un Alma empieza a relacionarse con la personalidad, cuando está en el camino de retorno, es decir como en la parábola del hijo pródigo, cuando el hijo decide volver al padre, es cuando existe la posibilidad de tal relación, antes sólo existe la necesidad de saciar nuestra tríada inferior o vivir intensamente lo material; algo por otra parte correcto (según el grado de evolución) ya que todos los cuerpos deben ser vividos y desarrollados en su plenitud.



Pero cuando una personalidad empieza a flaquear, y ya no siente atracción por ciertos aspectos de la vida sino más bien está saciada, aborrecida, triste o impotente, es entonces cuando el Alma puede jugar su papel. Por tanto es en este estado “crítico” donde el Alma encuentra su oportunidad de vincularse al mundo físico a través de su “herramienta”, la personalidad, y a través de ella ejercer su trabajo: expresar el Espíritu o el Plan de Dios para con la Humanidad.
El Alma entonces da muestras de alivio a través de su poderosa energía: Amor incondicional, y procura hacer contacto con las fuerzas inferiores según sea la cualidad de éstas. Es decir si el “hijo pródigo” en cuestión tiene un cuerpo emocional fuerte procurará hacer contacto a través del Corazón, convirtiendo a la personalidad en una fuerza mística. Si, en cambió su cuerpo mas sano es el mental procurará hacer contacto a través de la Mente Abstracta, convirtiendo al afectado en un buen Esotérico.
Todos estos procesos son necesarios para la evolución de cualquier Alma, y así en muchas vidas se dará preponderancia a la emoción-Corazón y en otras a la mente – Voluntad, pero es la culminación y fusión de ambos lo que lleva al Alma a ser un perfecto Maestro de Sabiduría.
Qué es la Sabiduría sino la unión de la Voluntad y el Amor, mente y corazón.
Por tanto observémonos, y adquiramos conocimiento a través de nuestra parte de la personalidad más poderosa pero sin olvidar nunca la parte más débil, ya que seguramente ella es la piedra angular de nuestra correcta expresión en el plano físico.
Dejar al Alma hacer su trabajo es algo que nos vincula con la palabra aceptación.

Por David Castro M.













lunes, 16 de enero de 2012

Conexión con el éxito


"Solo triunfa en el mundo quien se levanta y busca a las circunstancias y las crea si no las encuentra. " Bernard Shaw 


Éxito

El éxito se debe debe a cuánta gente te sonríe,

a cuánta gente amas

y cuántos admiran tu sinceridad,

y la sencillez de tu espíritu.

Se trata de si te recuerdan cuando te vas.

Se refiere a cuánta gente ayudas,

a cuánta evitas dañar

y si guardas o no rencor en tu corazón.

Se trata si en tus triunfos

incluiste siempre tus sueños.

De si no fincaste tu éxito en la desdicha ajena

y si tus logros no hieren a tus semejantes.

Es acerca de tu inclusión con los otros,

no de tu control sobre los demás,

de tu apertura hacia todos los demás

y no de tu simulación para con ellos.

Es sobre si usaste tu cabeza

tanto como tu corazón,

si fuiste egoísta o generoso,

si amaste a la naturaleza y a los niños

y te preocupaste por los ancianos.

Es acerca de tu bondad,

tu deseo de servir,

tu capacidad de escuchar

y tu valor sobre la conducta ajena.

No es acerca de cuantos te siguen,

sino de cuántos realmente te aman.

No es acerca de transmitir todo,

sino cuántos te creen,

de si eres feliz o finges estarlo.

Se trata del equilibrio, de la justicia,

del bien ser que conduce al bien tener

y al bien estar.

Se trata de tu conciencia tranquila,

de tu dignidad invicta

y tu deseo de ser más, no de tener más.


- Héctor Gragedas Salinas -

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