La división
y el conflicto.
Lo que el ser humano se ha hecho a sí mismo y a los otros seres
humanos es realmente increíble y chocante. Por todas partes hay división,
neurosis, conflicto, destrucción, confusión... Desorden interno que se expresa
en desorden exterior. Nuestras sorprendentes vidas han producido la sociedad en
la que vivimos. Esto lo debemos investigar, investigarlo e ir más allá del reino
del pensamiento.
El pensamiento nace en la memoria. La memoria es el
resultado del conocimiento y de la experiencia. Por lo tanto, el pensamiento es
siempre limitado, porque el conocimiento es perpetuamente limitado, ya que no
puede haber conocimiento completo acerca de nada. El pensamiento es muy
limitado, y el mundo en el que vivimos, nuestra vida cotidiana, el trabajo, el
ocio, las ansiedades, los temores y sufrimientos que experimentamos, son el
resultado de nuestro pensar, el producto de nuestra actividad diaria.
El
desorden que hay allá fuera no es distinto del desorden que hay en uno mismo,
sino que más bien es un solo movimiento que sale y entra.
Es como una marea que
va y vuelve incesantemente. Es necesario producir orden en nuestra vida, porque
sin orden no hay libertad. El orden completo, total, absoluto, no de vez en
cuando o una vez por semana, sino en nuestra vida de todos los días, no sólo
trae libertad: en ese orden hay amor. Una mente desordenada, confusa, en
conflicto, no puede amar o percibir qué es el amor.
Es imprescindible
crear un orden total, no uno orden producido intelectualmente, un orden basado
en valores, resultado de presiones ambientales o que es la adaptación a cierta
norma, a cierto modelo.
Nuestra mente, que incluye el cerebro, así
como nuestras respuestas emocionales, sensoras, etc. acepta vivir en desorden.
Nuestra vida, que se basa en la mente, en sus pensamientos, emociones,
experiencias, recuerdos, etc. acepta el desorden. Nuestra mente acepta el
desorden neurótico, aceptamos vivir en él, nos acostumbramos a él, con el
sentido de la división, de orden y desorden, con un constante ajuste. Esto es
antinatural y depende de nuestros deseos, afanes y anhelos particulares, obedece
a nuestra propia ambición y envidia.
Pero el orden no puede generarse
desde el desorden. Si nos encontramos en desorden y tenemos el deseo de generar
orden, ese mismo deseo dicta lo que el orden debe ser, mientras que si abordamos
el problema de desorden queriendo averiguar cuál es su origen, entonces nuestra
atención no se distrae, no se disipa en distintas direcciones intelectuales,
verbales y emocionales, sino que toda nuestra atención se orienta en averiguar
la causa del desorden. Para ello, debemos tener muy claro el modo como lo
abordamos.
El origen del desorden es deseo, que crea división en
nosotros. Dondequiera que haya división hay conflicto, y el conflicto es
desorden, ya sea un conflicto menor o una gran crisis. Nuestra
autocontradicción, el decir una cosa y hacer otra, el tener unos ideales y
tratar siempre de amoldarnos a esos ideales, nuestro deseo de llegar a ser
alguna cosa, crean el desorden. Éste surge por el pensamiento, porque el
pensamiento siempre es limitado y establece la división entre lo externo y lo
interno, crea el “yo” y el “tu”. El pensamiento se esfuerza por convertirse en
algo que no es. Estas constantes divisiones, este devenir, contradecirse,
amoldarse, compararse, imitar psicológicamente son expresiones de una causa
central.
Nuestra mente y nuestra conciencia son la conciencia y la mente de la
humanidad. Es preciso comprender esto pues dondequiera que uno vaya el ser
humano está sufriendo, ansioso, inseguro, solitario, desesperado en su soledad,
agobiado por el dolor. Psicológicamente cada uno es la humanidad. La idea de que uno es un individuo con
una mente especialmente suya es un absurdo, porque el cerebro ha evolucionado
través del tiempo. Es el cerebro de la humanidad, y ese cerebro forma parte de
la humanidad, genéticamente, etc. Por lo tanto uno es el mundo y el mundo es uno
mismo. No se trata de una idea, de un concepto o de un desatino utópico; es un
hecho. Y esa mente humana se halla por completo confusa.Pensamos que
mediante la división puede haber seguridad, que podemos obtener seguridad a
través de religiones, filosofías, naciones, etc., pero este aislamiento debe
generar en conflicto y desdicha y, desde luego, en la división no hay seguridad
alguna. Podemos levantar un muro a nuestro alrededor, pero ese muro va a ser
derrumbado.
Casi todos los seres humanos piensan, viven, con el patrón
establecido de que se encuentran separados de los otros, que viven aislados con
sus propios problemas, sus ambiciones, sus neurosis, su particular manera de
pensar. El centro de esto se encuentra en la idea de que uno está separado de
los demás. Pero, aunque físicamente podamos ser diferentes, en lo interno
pasamos todos por las mismas cosas, o cosas semejantes.
Mas nuestras mentes se encuentran muy condicionadas; durante miles de
años nos hemos condicionado, por los dichos de otras personas, a pensar que
estamos separados, que cada cual debe salvarse a sí mismo. Este patrón de
pensamientos se repite una y otra vez, y estando tan condicionados es muy
difícil aceptar algo que es verdadero, aunque evidente.
El hecho de esta
división no es diferente del observador que observa el hecho. Observo la
codicia, soy codicioso. Esa codicia que observo no es diferente de mí, del
observador que dice “soy codicioso”. No hay división entre el observador que
dice “soy codicioso” y la codicia, él mismo es la codicia. Por ello, si
comprendemos esto, vemos que esta confusión, esta división no es diferente de
observador que soy yo observándola, pues yo soy esta confusión, esta división.
Todo mi ser es eso.
Esto es verdaderamente importante si podemos
comprenderlo de una vez por todas. Si lo comprendemos, ello hará que nuestras
vidas sean por completo diferentes, porque en ello no hay
conflicto.
Supongamos que estamos apegados a una persona. En ese apego y
en sus consecuencias hay innumerables aflicciones, celos, ansiedad, dependencia,
todo lo que se deriva del apego. En ese apego hay inmediatamente división. Ahora
bien, el apego, el sentimiento de dependencia, la acción de aferrarnos a
alguien, no es diferente de uno mismo, es uno mismo, uno mismo es el apego. Si
nos damos cuenta de eso se termina el conflicto. Es así. No es que uno deba
librarse del conflicto, no es que uno deba ser independiente, desapegado; el
desapego es apego, si trato de desapegarme, estoy apegado a ese
desapego.
“Yo” soy eso. Por consiguiente, el “yo” es confusión. No es que
me doy cuenta de que estoy confuso, ni que me han dicho que estoy confuso. El
hecho es que yo, como ser humano, estoy en un estado de confusión total, soy eso.
Cualquier acción que emprendo trae más confusión. Y toda la lucha para superar
esa confusión, para reprimirla, para desapegarse, todo eso ha desaparecido, todo
movimiento de escape ha llegado a su fin.
Llegado al punto de comprensión
de que “yo soy eso” ocurre una cosa sorprendente . Antes disipaba su
energía reprimiendo, intentando el modo de no estar confuso, acudiendo a cierto
gurú, sacerdote o psiquiatra, y todo cuanto he hecho ha sido una disipación de
energía. Pero cuando hay verdadera comprensión acerca de que estoy confuso, mi
mente se halla, entonces, completamente atenta a la confusión, en un estado de
atención total. Y cuando hay atención completa no hay confusión. La confusión
surge únicamente cuando no estoy atento, aparece cuando hay división, que es
inatención.
Donde hay atención total no hay disipación de energía. Cuando
uno se pregunta “¿cómo puedo obtener esta atención total?”, eso es un
desperdicio de energía.
Ahora, con
esta intensa atención, podemos ver el miedo, el placer, el sufrimiento, etc. Es
importante estar libres del miedo. La mente jamás ha estado libre del miedo.
Podemos disimularlo, reprimirlo, no estar conscientes de él, o podemos estar tan
hechizados por el mundo exterior que jamás nos demos cuenta de nuestros miedos
profundamente arraigados. Donde hay miedo no hay libertad, no hay amor. El miedo
sólo introduce oscuridad en nuestra mente y en nuestra vida. Aquí no nos
referimos al miedo neurótico, sino al miedo en sí, pero cuando comprendemos la
raíz del miedo desaparece el miedo a algo en particular.
Es posible vivir
sin una conclusión, sin una imagen propia. Mientras tenga esa imagen seré
perpetuamente herido. Es posible no ser herido en absoluto, es decir, tener una
mente inocente, incapaz de sentirse herida. Es imprescindible averiguar si uno
puede vivir así su vida cotidiana, sin una sola imagen y, por lo tanto, sin ser
herido jamás, lo que implica no estar nunca en conflicto, no establecer nunca
divisiones psicológicas. Uno debe examinarse en su vida diaria para ver si es
posible vivir de esa manera.
Hemos aceptado el análisis como parte de
nuestra vida, y si no podemos analizarnos a nosotros mismos acudimos a un
profesional. En el proceso del análisis están presentes el analizador y lo
analizado. Pero el analizador es, en realidad, lo analizado. Hemos creado, pues,
una división artificial entre el analizador y lo analizado, pues en verdad, el
analizador es lo analizado. De manera que hay
un error fundamental en el proceso
del análisis. Y, en este proceso del análisis empleamos el tiempo, días, meses,
años, jugando el juego de enriquecernos mutuamente según nuestros propios y
peculiares modos, financiera, emocionalmente y demás.
La ofensa y la
adulación son la misma cosa. Ambas son formas diferentes de heridas
psicológicas. Me adulan, eso me agrada y el adulador se convierte en mi amigo.
Por lo tanto, esa es otra forma de estimular la imagen.Debemos saber qué
significa atender, porque sólo siendo atentos podemos resolver el problema de
las heridas psicológicas. Es necesario saber atender con totalidad, con pasión,
con una atención completa en la que no existe un centro desde el cual atendemos.
Cuando existe un centro desde el que se atiende se crea una división ficticia,
que sólo existe en nuestra mente, entre el observador y lo observado.
Es
necesario darse cuenta de todo sin preferencia alguna, mirar sin optar, sin
juzgar; simplemente mirar. Si podemos vivir así, sólo observando, sin juzgar, en
esa observación no hay observador. Tan pronto interviene el observador empieza
el prejuicio, el agrado y el desagrado. “Prefiero esto, no me agrada aquello…”,
y tiene lugar la división. La atención existe únicamente cuando no hay una
entidad que dice “estoy atendiendo”. Comprender esto es de una importancia
vital.
Gracias a que hay atención, cuando existe un darse cuenta libre de toda
preferencia, de todo juicio, cuando tan sólo hay observación, vemos que ya no
volvemos a ser heridos, y que las heridas del pasado han sido eliminadas. Pero
apenas interviene el observador, este queda herido.Cuando hay atención
completa no hay heridas psicológicas, aunque a uno le insulten. Al conceder una
atención completa no hay herida psicológica pasada, presente o futura, porque no
existe entidad alguna que este observando. Comprender esto es esencial, porque
mientras haya división tiene que haber conflicto. Al abordar la cuestión del
miedo, del placer, del dolor, de la muerte, es muy importante ver que, en tanto
que exista una división entre el pensador –el observador, el experimentador- y
el pensamiento, es inevitable que haya conflicto, fragmentación y, por ello,
desintegración.
Es necesario observar la Vida, observarlo todo en un estado de
percepción alerta, de atención completa. Y cuando luego, observamos con atención
total la imagen que tenemos de nosotros mismos, nos encontramos que… no hay
imagen alguna.
Cuando no hay imagen, ni representación mental, ni
conclusión de ninguna clase, la relación entre dos seres humanos es la
apropiada. Actualmente, nuestras relaciones se basan en la división. El ser
humano acude a su centro de trabajo, donde es brutal, codicioso y ambicioso;
después llega a su casa y dice: “querida, qué hermosa eres”. Este es sólo un
ejemplo de que existe contradicción en nuestra vida, y por eso nuestra vida es
una batalla constante. Por ello no hay una relación apropiada.
Tener una
verdadera relación humana es no tener imagen, ni representación ni conclusión
alguna. Y esto es bastante complejo, porque tenemos recuerdos. Pero podemos ser
libres con respecto a los recuerdos que guardamos de los incidentes del ayer.
Todo esto está implicado en la verdadera relación.
La relación entre dos
seres humanos que no tienen imágenes la descubriremos si no tenemos imagen
alguna. Eso significa vivir en la vida cotidiana sin conflicto, vivir sin
división alguna, sin guerra. Eso puede ser amor.
José Manuel
Molina Ruiz
de
"la Página de la Vida"