La Libertad es orden
Si vive en una ciudad, tal vez nunca ha experimentado esa extraña intimidación de un bosque solitario. Era una reserva de ciervos, muy próxima a la fea ciudad con su ruido, suciedad, miseria, con sus calles y casas masificadas. Muy pocas personas venían a este bosque, uno raramente se cruzaba con alguien, excepto algún lugareño que otro, los cuales eran personas muy reservadas, poco conscientes de su propia importancia; agotadas por el trabajo, retraídas, se veían delgadas, más bien famélicas y había dolor en sus ojos. Esta reserva estaba rodeada de altos postes con alambrada de púas y los ciervos que moraban allí eran tan tímidos como las serpientes, cuando veían que uno se acercaba desaparecían sigilosamente entre los arbustos. Había ciervos moteados, llenos de dulce encanto e infinitamente curiosos, pero el temor que sentían por el ser humano era más fuerte que su curiosidad; algunos de ellos eran realmente grandes. También había ciervos negros con unos cuernos que ascendían en forma de espiral y eran aún más tímidos que los anteriores. Más allá de la alambrada había otros ciervos completamente mansos y permitían que uno se aproximara, por supuesto, sin tocarlos, pero en realidad no sentían ningún temor; a veces se detenían varios minutos para mirarlo a uno, con sus orejas erectas y moviendo sus pequeñas colas. En las tardes, los que estaban dentro del recinto cercado acostumbraban a reunirse en un pequeño prado, quizá llegaban a un centenar. Los hombres no venían a este bosque a matar pájaros, serpientes ni, por supuesto, ciervos.
Era difícil ver a las serpientes pero había muchas, tanto de las inofensivas como de las variedades más peligrosas. Un día mientras paseábamos vimos una serpiente sobre un pequeño montículo hecho por las hormigas, nos aproximamos, muy cerca, como a un metro de distancia; era grande, larga, brillante a la luz del atardecer y su negra lengua se movía de atrás para adelante; unos trabajadores que pasaban dijeron que se trataba de una cobra y que debíamos alejarnos de ella.
La primera tarde que estuvimos en esta reserva percibimos muy intensamente esa extraña intimidación del bosque, el sol se había puesto y empezaba a oscurecer, y uno sentía cómo esa intimidación le acompañaba a lo largo de todo el camino; pero el segundo y tercer día fuimos muy bien recibidos.
Los seres humanos sensatos no necesitan disciplina, sólo los insensatos necesitan refrenarse, resistir, y ser tentados. Los sensatos se dan cuenta de sus deseos, de sus impulsos y ni siquiera piensan en la tentación, son fuertes sin tener conciencia de ello; sólo los débiles que conocen su propia debilidad aceptan las seducciones y luchan contra las tentaciones. De hecho, si uno mantiene los ojos abiertos no existen las tentaciones, pero no sólo el ojo mental sino también el sensorial. Los que están inatentos quedan enredados en los problemas que genera su inatención, lo cual no significa que los sensatos y sanos no tengan deseos, pero para ellos eso no representa ningún problema, porque el problema surge únicamente cuando el pensamiento convierte el deseo en placer.
Como consecuencia de la búsqueda de placer el ser humano genera resistencia, porque se da cuenta de que en el placer está involucrado el dolor, o si no es el mismo entorno, la cultura, los que le generan el miedo al placer continuo.
La resistencia en cualquiera de sus formas es violencia, toda nuestra vida se basa en resistir, y así es como la resistencia se convierte en disciplina. La palabra 'disciplina', como tantas otras, ha sido enormemente manipulada y se interpreta conforme a las distintas culturas, comunidades o familias. Sin embargo, disciplina significa aprender y no ejercitarse, amoldarse o conformarse; aprender la forma de comportarse, el modo de actuar en la relación, trae la libertad para observarse a sí mismo, para observar la propia conducta; pero este observarse a sí mismo tal como somos resulta imposible si negamos la libertad, por lo tanto, la libertad es necesaria para aprender acerca de cualquier cosa, acerca del ciervo, de la serpiente y también acerca de uno mismo. El adiestramiento militar y el conformismo con el sacerdote son la misma cosa; la sumisión es resistirse a la libertad. Resulta extraño que no hayamos podido trascender e ir más allá del estrecho campo de la represión, del control, de la sumisión, de la autoridad de los libros, porque con todo esto la mente jamás puede florecer; ¿cómo es posible que florezca cualquier cosa en la oscuridad del miedo?
No obstante, uno debe tener orden; pero el orden de la disciplina, de la práctica, es la muerte del amor. Uno debe ser puntual, considerado, pero si esta consideración es algo forzado se vuelve superficial, una mera cortesía formal; en la sumisión no hay orden. Cuando comprendemos el caos que genera la sumisión, entonces existe un orden absoluto, como en de las matemáticas; no es que primero esté el orden y después la libertad, sino que la libertad es orden.
No tener deseos es ser desordenado, pero comprender el deseo con su placer es ser ordenado.
De hecho, en todo esto, la única cosa que genera un orden exquisito, sin que intervenga la voluntad, el conformismo, la sumisión y la imposición, es el amor; sin amor, el orden establecido es anarquía.
Uno no puede cultivar el amor ni el orden. No es posible inculcar el amor a otro ser humano; de ese intento surgen la agresividad y el miedo.
Al ver todo esto, al ver el tremendo daño que el hombre inflige al hombre, ¿qué debe hacer uno? No nos damos cuenta de lo inmensamente positivo que es negar; la negación de lo falso es la verdad, no es que se sustituya la negación por la verdad, sino que el mismo acto de negar es la verdad. El ver es la acción y uno no tiene que hacer nada mas.
Web oficial Fundación Latinoamericana de Krishnamurti
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