“Desde que los rostros de los hombres se volvieron
hacia fuera, éstos se tornaron
incapaces de verse a sí mismos. Y
esa es nuestra gran debilidad. Al no poder vernos, nos imaginamos. Y cada
uno, al soñarse a sí mismo y ante los demás, queda solo detrás de su
rostro.”
René Daumal
René Daumal
A través del rostro se lee la humanidad del hombre y se
impone con toda certeza la diferencia que distingue a uno de otro. Al mismo
tiempo, los movimientos que lo atraviesan, los rasgos que lo dibujan, los
sentimientos que emanan de él, recuerdan que el lazo social es la matriz sobre
la cual cada sujeto, según su propia historia, forja la singularidad de sus
rasgos y expresiones. Todo rostro entrecruza lo íntimo y lo público. Todos los
hombres se asemejan pero ninguno es parecido a otro.
En las situaciones extremas en que el desmantelamiento
del hombre es llevado al límite, en las que su existencia depende sólo de un
hilo, parece que las capas geológicas del rostro se disuelven, expurgando los
rasgos singulares del individuo, para dar lugar a una especie de rostro
originario. Por ejemplo, Nicholas Ray, al momento de morir en Nick’s movie, la
película de W. Wenders, cuando se ve en un espejo cree reconocer el rostro de su
madre. En cercanías de la muerte, o en medio de la derrota, el hombre encuentra
en sus rasgos una filiación simbólica que lo remite a su nacimiento y al primer
rostro. Evgenia Guinzbourg (El vértigo) dejó un testimonio conmovedor de sus
años de deportación en los campos soviéticos. Confrontada a la humillación, al
hambre, al agotamiento, evoca un momento en que, con sus compañeras de
infortunio, se encuentra ante el tesoro inaudito de un gran espejo en un
vestidor: “El espejo azulado devuelve cientos de ojos llenos de amargura, de
angustia, en busca de su imagen. No es sino por el parecido con mi madre que me
encuentro en medio de las demás. Pavotchka, mira tú, sólo me reconocí al
recordar el rostro de mi madre, me parezco más a ella que a mí misma”. Parecerse
es aquí una esperanza, comprueba que el desmantelamiento del ser no ha afectado
lo esencial. Es el recuerdo de la dignidad y del amor, aunque la identidad ya no
sea más que un soplo. Y puede ser una promesa de renacimiento cuando se trata de
ancianos o enfermos graves que llaman a su madre, la sueñan o la ven de pronto
ante ellos. Es el final de un camino circular en el cual la madre que recibió al
niño es ahora aquella cuyo rostro vela su entrada pacífica en la
muerte.
* Por David Le Breton *
Miembro del Instituto Universitario de Francia.
fragmento de Texto extractado de Rostros, cuya traducción al español se presenta en estos
días (ed. Letra Viva).
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