En casi todas las tradiciones culturales del mundo se pueden observar distintas expresiones que indican que el hombre necesita -y ha necesitado siempre- encontrar alguna conexión entre una realidad que vive como tangible y material y otra que se encuentre "más allá" de ella. El misterio que envuelve a nuestra propia existencia nos induce a preguntarnos acerca del Universo; el sufrimiento inherente a la vida nos inclina a que intentemos comprender el significado de nuestro dolor y las causas de nuestro nacimiento y muerte.
Algunas personas no acceden a hacerse muchos cuestionamientos, sus vidas transcurren -fundamentalmente- en el nivel de obtención de las necesidades básicas; otras no se formulan preguntas más allá de su realidad práctica y concreta porque la consideran única; otros adhieren a religiones que les proveen de datos o explicaciones ya construidas.
El contacto con la dimensión de lo Sagrado se constituye en una exploración compleja y difícil para aquellos buscadores que saben que no tendrán todas las respuestas y también que el problema no reside únicamente en nutrirse de otros que sí conocen la verdad. Recurramos a la experiencia de las tradiciones antiguas, en este caso a la filosofía china ancestral.
Los humanos permanecemos erguidos con los pies sobre el suelo y la cabeza orientada hacia el cielo. Estamos aquí en un envase-cuerpo que nos impone permanecer en esta postura, parados sobre nuestros pies que se afirman en la tierra, lo cual implica la necesidad de respetar el mundo y a nosotros mismos en el plano raso, el principio terrenal. Si relacionáramos a este plano con aspectos de nuestra existencia, podríamos identificar algunos ejemplos de situaciones propias de este principio: el manejo de los recursos; los problemas y enigmas que nos causa el uso del dinero; la administración del tiempo; el cuidado del cuerpo y las enfermedades; las dificultades que se producen a partir de las situaciones concretas que vivimos a lo largo de nuestras historias personales; el goce material y también muchas de nuestras contradicciones con respecto a la importancia que concedemos a la materia, la coincidencia o no entre los objetivos concretos y nuestro deseo y así en más, podríamos enumerar cientos de situaciones vinculadas al mundo "concreto", mundo que para algunas personas, es el único que cuenta.
Pero nuestra cabeza también se orienta hacia el cielo que nos rodea y nos permite ver cosas que se hallan mucho más allá de nuestras preocupaciones ligadas a la supervivencia inmediata, vemos el cielo, las estrellas, los planetas y el espacio inmenso que rodea la tierra. A pesar del aparente significado de las preocupaciones terrenales, basta con ascender unos cuantos metros para que las cosas empiecen a perder parte de su importancia. Cuando ascendemos verticalmente -algo que nuestra conciencia siempre puede hacer- más nos adentramos en el espacio insondable. Y es que la conciencia humana no pertenece tan sólo a esta tierra y nuestra vida solo cobra sentido en el trasfondo que le proporciona el espacio infinito. Este es el principio celestial.
Finalmente, la postura humana , a diferencia de la de los animales -que caminan en cuatro patas y protegen su parte delantera- genera que el ser humano exponga al mundo las zonas en las que se ubica el sentimiento y su vulnerabilidad. Esta es la dimensión humana.
Si no logramos equilibrar estas tres dimensiones, en algún sentido de nuestras vidas notaremos algún desbalance que nos hará vivir perdidos. Si vivimos con el único apoyo de la tierra, sólo nos ocupamos de las cuestiones ligadas a la supervivencia, terminamos hundidos en ella. Si, por otra parte, no tenemos adecuadamente en cuenta nuestras necesidades terrenales, acabamos desconectándonos de la tierra y perdiéndonos en ilusiones y autoengaños. Si, por último, tratamos de negar nuestros sentimientos, de dejar de lado nuestra ternura, acabamos atrapados en una coraza que desarrollamos para proteger nuestros vulnerables centros sensibles.
Es cierto que nos resulta más fácil comunicarnos acerca de la dimensión terrenal y que cuando intentamos conectarnos o hablar acerca del espacio Sagrado, surgen dudas y confusión. No es un espacio acerca del cual sea fácil ponerse de acuerdo. ¿Cómo hacemos para diferenciar entre lo Sagrado y los espejismos o mecanismos defensivos que -artificialmente- nos fabricamos para soportar la realidad?. Y cómo hacemos también para encontrar, en medio de nuestra vulnerabilidad frente a la vida, la diferencia entre quienes pueden guiarnos y quienes solo necesitan de nosotros para lograr un beneficio personal?. Y en relación a esta última pregunta, podemos hacernos una más: ¿Porqué alguien tienen que ser otras personas las que nos traduzcan aquello que no podemos nombrar?
Nuestra esencia describe que cada uno de nosotros encarna una porción del Todo, de lo Sagrado; lo Divino no concebido como separado del ser humano. Esa "porción" de la Totalidad, es aquello que uno era aún antes de nacer, que seguirá siendo aún después de morir y que no está atada a las leyes terrenales del tiempo y de la materia. A su vez, necesita atravesar la experiencia humana, y nutrirse de aprendizajes para evolucionar. Si integramos esta visión en nuestras prácticas cotidianas, nos percataremos que nuestra vida misma nos lleva al contacto con lo Sagrado. Más aún, que nosotros somos lo Sagrado y que todos y cada uno de nosotros podemos explorar activamente estos espacios. Esta dimensión se constituye en una presencia que podemos experimentar directamente, pero que no podemos capturar mediante palabras; de la misma forma que tampoco podemos describir un color, explicar porqué nos gusta una música y no otra o expresar con exactitud ideas o sentimientos personales.
Más que ir a buscar muy lejos, tal vez se trate en encontrar aquello que está cerca; más que ir hacia el Todo dejando atrás nuestra presencia, lo que cuenta es vivir atentos a la totalidad de nosotros mismos, encontrándonos con nuestro propio corazón abierto y en la sencillez de la experiencia presente.
por Fanny Libertun
http://www.zonatranspersonal.com.ar
5 comentarios:
Que buen artículo Graciela
Somos chispas Divinas que descendemos para evolucionar y volver a la fuente, en la Kabaláh, el árbol de la vida lo muestra perfectamente, desde Kheter (La Corona) a Malkhut (El Reino), desde el Plano más alto hasta el mas denso... espíritu y materia,no hay Reino sin corona, ni corona sin Reino.
un placer...besos Graciela.
Qué artículo tan bueno!.
Buscar el equilibrio y como siempre no dejarse llevar por la "marea", sinó buscar donde está el tesoro: en nuestro corazón. Y sin que nada nos nuble, difícil tarea!!. en esas estamos.
Besos y abrazos Graciela.
Graciela, muy interesante el artículo que nos dejas hoy, siempre que pensamos en más de una dimensión más allá de lo que percibimos nosotros nos perdemos... Como comenta María, lo más importante es buscar el equilibrio, y así llegar a estar en sintonía con todo, primero con nosotros mismos, para luego estarlo con los que nos rodean, con nuestra tierra, con el cielo y con cualquier otra dimensión.
Si nosotros no estamos bien... nada a nuesro alrededor estará bien, y nada irá bien... y de ahí ese desbalance...
Un abrazo ;)
Es muy potente todo lo que se plantea en este post... el equilibrio es hoy en día una utopía, aunque yo creo que hay que persistir en hablar de él
besos
Adriana,si, somos a imagen y semejanza de Dios, el reino está dentro nuestro...
Mária, nada nos nubla, somos seres Divinos, debemos reconocernos y equilibrarnos...
Isora, cuando estamos equilibrados todo está claro, todo es luz
Rafaela, quizás no logremos un equilibrio duradero porque siempre estamos en movimiento, pero si nos observamos podemos centrarnos en nuestro corazón y restablecemos el equilibrio...lo estoy sintiendo así.
Gracias a todas por sus opiniones!
Les dejo un gran abrazo
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