“La inocencia y la sinceridad residen en el corazón de cada ser humano.”-Maharaji
Durante mucho tiempo, gran parte de nosotros hemos ignorado los hechos fundamentales de nuestra existencia.
Fíjate en los niños pequeños. Son tan inocentes. Vayan donde vayan
atraen la mirada de la gente. Es tan bonito cuando miras a un bebé y
éste te mira y sonríe. ¡Sin presentaciones! Resultaría muy extraño si
entraras en un ascensor y un adulto te empezara a mirar y a sonreír de
esa manera. Te sentirías muy incómodo y probablemente mirarías a otra
parte.
Pero, con un bebé, ningún problema. El bebé te mira y tú lo miras.
¿Por qué? Porque ves en él esa inocencia, porque sabes que no lo ha
ensayado. Es auténtico. El bebé aún no ha aprendido las artimañas del
engaño, todo ese jueguecito de cuándo sonreír, y a quién sonreír.
Reconocemos la inocencia en los niños porque nosotros también fuimos
bebés un día y nos comportamos de la misma manera. Todos los días eran
preciosos. El Sol era maravilloso, la Luna era maravillosa. Cada día
era diferente y no había nada en lo que pensar del ayer que pudiera
arruinar tu día de hoy.
Pues bien, ese bebé sigue ahí. Ese atractivo, esa cualidad de la
inocencia, están todavía en ti. El poder dar la bienvenida a cada nuevo
día, a cada momento que llega, la dicha de vivir, aún está ahí. Siempre
lo estuvo y siempre lo estará. La inocencia y la sinceridad residen en
el corazón de cada ser humano.
De todas las cosas que podemos conocer, entre todas las cosas que
podemos descubrir, lo que necesitamos conocer es lo que reside en
nuestro corazón. Eso es lo que puede marcar la diferencia. Eso es lo
real. Lo que hace que la fuente de la sinceridad brote en nuestro
interior. Eso es lo que hace que seamos lo que somos. Por eso puedo
sentir una dicha que no proviene sino de mí mismo, una dicha que
proviene de ser testigo de la belleza que reside en mi interior y no de
una manera utópica, sino de una manera práctica.
Prem Rawat- Maharaji
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