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sábado, 17 de septiembre de 2011

La conciencia toda una lo-cura

   Sanar el pensamiento y la presencia
Vivir un camino con corazón quiere decir que el aroma de la bondad debe impregnar nuestras vidas. Quizás las preguntas más simples sean las más difíciles de responder: ¿He amado bien? ¿he aprendido a abandonar?. Miedos y apegos nos han limitado sin ver la infinidad de ocasiones que tiene nuestro corazón, al cabo del día de abrirse. ¿Hemos vivido los cambios de nuestras vidas con sabiduría y compasión?, ¿hemos aprendido a perdonar y a vivir desde el espíritu del corazón en lugar del de la crítica?. Amar y soltar son lo mismo, no buscan la posesión y nos permiten comunicarnos con cada momento cambiante, en contacto con lo que se nos presenta. Amar plenamente nos exige reconocer que nada poseemos y que no somos dueños de nada, el placer espiritual no es el fruto de la posesión, sino de nuestra capacidad de abrirnos, de amar plenamente y de ser libres en la vida.
Nuestro amor es la fuente de toda energía, capaz de crear y de comunicar. Sin corazón hasta lo más grande se hace árido y estéril. Con corazón las pequeñas cosas aprendidas germinan y nos pueden ayudar mucho y con escasa práctica aquello aprendido en un momento se puede hacer muy grande y muy importante.
Nunca llegamos a saber lo que los demás aprenden, por eso no debemos de juzgar la práctica espiritual de otros a la ligera. Elijamos lo que elijamos nuestras creaciones deberán enraizarse en el corazón. El movimiento del amor subyace detrás de toda acción y la felicidad con la que nos encontramos no depende nunca de su dueño ni, incluso, de su comprensión, tan sólo se trata de descubrir en nosotros esta capacidad de amar, de tener una relación amorosa y sabia con la vida. Ese amor no es posesivo, proviene del propio bienestar y de la comunicación con todas las cosas, además es generoso y ama la libertad de todas ellas. La práctica espiritual parece complicada pero en realidad no lo es. Hasta en lo más complejo de este mundo podemos vivirnos con claridad y simplicidad cuando reconocemos que lo único que tiene verdadero valor es la calidad del corazón que imprimimos a nuestras vidas.
"Un maestro Zen estaba viajando con sus discípulos y llegaron a un bosque en el que cientos de leñadores estaban talando los árboles, porque estaban construyendo un palacio y debían de cortar casi todo el bosque, excepto un àrbol que en medio a toda esta situación seguía erguido ahí, un gran árbol con miles de ramas. Era tan grande que diez mil personas podían sentarse bajo su sombra. El maestro pidió a sus discípulos que fueran a preguntar por qué no habían cortado aún ese árbol, cuando habían cortado ya todo el bosque y habiendo dejado un gran desierto alrededor. Los discípulos fueron y preguntaron y los leñadores les respondieron : Este árbol es totalmente inútil. No se puede hacer nada con él porque todas las ramas tienen demasiados nudos. No hay nada recto. No se pueden hacer postes ni columnas con él, no sirve, tampoco, para hacer muebles, ni, al menos, usarlo como combustible porque su humo es muy peligroso para los ojos y te los dañarías. Este árbol es absolutamente inútil, esa es la razón.
Los discípulos volvieron a donde su maestro se lo contaron y él rió y les dijo : “ Si queréis sobrevivir en este mundo, sed como este árbol, absolutamente inútiles. Entonces nadie os hará daño. Si eres recto te cortarán y te convertirán en una columna o harán de tí un mueble en casa de alguien. Si eres bello te venderán en el mercado y te convertirán en una mercancia. Intentad ser como ese árbol para que nadie pueda dañaros y podáis crecer grandes y amplios así miles de personas encontrarán sombra bajo vuestras ramas”. Que la luna y las flores guien vuestros caminos.

SANAR EL PENSAMIENTO
Lo mismo que sanamos el cuerpo y el corazón con la consciencia podemos sanar la mente. Lo mismo que aprendemos de las sensaciones y de los sentimientos, lo mismo que sabemos de los ritmos de la naturaleza, así podemos aprender de la naturaleza de nuestros pensamientos. En la meditación los vemos pasar incontrolados, nadamos entre recuerdos, planes, expectativas, juicios, cálculos, lamentaciones, culpabilidades y demás personajes no invitados al festín meditativo.
La mente despliega sus atributos y todas sus posibilidades, nos repasa de santos a rufianes, de sacar nuestra creatividad compasiva a las fuerzas más oscuras, de poetas a verdugos. Nuestra mente navega, como un bergantín de dos palos, entre los opuestos por los mares del conflicto personal. Y desde ahí la mente enfila su vela cuadrada hacia las costas de la planificación, de la imaginación, de los conflictos personales. Y nosotros capitanes del bergantín, ideamos escenarios cambiantes y soñamos con sueños.
La raíz de todos estos movimientos es la insatisfacción. Buscamos la “excitación máxima” y al instante siguiente perseguimos la “paz total”. Nosotros no utilizamos el pensamiento para guiarnos sino que él nos dirige de manera no consciente, incontrolada. El pensamiento puede ser útil, positivo y creativo. Pero la mayoría de las veces vive en la disputa entre los opuestos, gustos contra aversiones, lo de arriba contra lo de abajo, yo contra el otro, etc.
El pensamiento, además, pasa mucho tiempo planificando nuestra seguridad y midiendo los indices de audiencia y popularidad, de éxitos o de fracasos. Esta dualidad del pensamiento es la raiz del sufrimiento. Siempre que me siento separado de la otra posibilidad o alternativa surge el miedo y el apego, entonces crezco y navego a la defensiva y me hago ambicioso y territorial.
Para proteger mi identidad separada me alejo de otras realidades y me aferro e identifico con las opciones que me dan seguridad. Al meditar observamos una variedad, casi salvaje, de historias, personajes y pensamientos que somos o en los que nos transformamos. Y surge la megalomanía de ser el gran salvador, el gran comunicador, el que mejor va a comprender el más centrado y orientado, etc. Todo esto es la compensación de la mente para no tener que enfrentar el miedo a lo desconocido, al silencio, a la inmovilidad, al no ser nadie y vivirlo relajadamente. Es importante para corregir el rumbo en el centro del océano, hacer las paces con los patrones de pensamiento que nos desbordan y sobre todo no tomarlos demasiado en serio. Recordar que corregir un grado en el centro del oceano es un instante que nos supondría corregir muchas millas en la costa.
Para sanar el pensamiento elegimos dos formas:
a) Observar el contenido de los pensamientos y reconducirlos sabiamente a una reflexión y a una práctica de reducción de los patrones de preocupación u obsesión inútiles. Se trata de clarificar nuestra confusión y de liberarnos de opiniones destructivas, utilizando el pensamiento consciente para reflejar profundamente lo que valoramos.
Por ejemplo : Si se me presenta un pensamiento repetitivo de crítica a mi compañero, en vez de dejarme llevar por los juicios y defensas se trataría de reconocer enseguida ese patrón de pensamiento “juicio” y dereconducirlo hacia lo que valoro de esa relación es decir : ¿amo bien mi relación ?, se trata de llevar la atención hacia el cariño, respeto o serenidad y evitar que ciertos patrones tomen tierra en mi pensamiento para que luego, en el día a día, sepa reconocer ciertas tendencias críticas y las pueda sanar sólo siendo un poco consciente.
b) Aprender a retroceder sobre un pensamiento abandonando nuestras identificaciones con él. Retrocerder respecto a las historias que se nos presentan en el pensamiento, ya que los conflictos y las opiniones, sobre él, no tendrán fin. Buda decía “La gente con opiniones lo único que hacen es incordiarse los unos a los otros”. La naturaleza de la mente es pensar, dividir y planear, liberarnos de esta separatividad es descansar en cuerpo y alma ya que así saldremos de nuestras espectativas, opiniones y juicios que están en el origen de nuestros conflictos. La mente piensa en el “sí mismo” como algo separado, gracias a que el corazón es más sabio y se dedica a integrarnos. La mente crea los abismos, pero es el corazón quien los cruza. Para salir de este sufrimiento de esta separatividad es necesario unir mente y corazón, no sólo en la práctica meditativa sino también en la “intención” que ponemos al hacer las pequeñas cosas de cada día. En la meditación nos comunicamos con nuestro corazón y con una sensación interna de amplitud, de unidad y de compasión. Todo esto, en conjunto, es lo que queda detrás de todo conflicto de nuestro pensamiento.
Esta “bondad” es nuestra verdadera naturaleza. Observando así la mente y sus formas y aprendiendo a descansar en su verdadera naturaleza bondadosa es como descubrimos la paz que puede contener nuestro pensamiento y es así como aprendemeos a sanarlo de ese sufrimiento parásito que es la falta de amor hacia la vida.
Sanar la Presencia...
La sanación última de la atención es la que nos lleva a observar la ley de la vida o del dharma. Cuando todas las nociones o conceptos de nuestra realidad personal (sí mismo) son disueltas y las podemos contemplar con una apertura total a la vida, sin separación a esto le llamamos sanar por medio “del vacío," ya que percibimos que la transitoriedad de nuestra existencia y el cambio constante de nuestro cuerpo-mente-corazón no están desconectados, ni separados de nada. La vida es una suma de procesos, como la inteligencia es una suma de inteligencias, y además son siempre cambiantes, dinámicos y continuos:
- Físico
- Emocional
- Memoria y reconocimiento
- Pensamiento y reacción
- Consciencia

Lo veamos o no, esto es lo que somos cada una de esas cosas inestables a las que llamamos “yo”. Somos un proceso mezclado con vida, inseparables, provisionales y además pertenecientes a ese Todo, océano, Tao, vacío o divino. La profunda sanación es cuando este vacío, productor de vida, experimenta esa inseparatibilidad. La meditación nos permite ver el movimiento de esta experiencia de impermanencia de las sensaciones, sentimientos, pensamientos, todo dura poco y se desvanecen, los límites son muy porosos, la solidez del cuerpo-mente se va perdiendo y la meditación, en esta disolución, se nos va haciendo más gozosa y cómoda y nos lleva a una expansión y libertadad que nos comunica mejor con todas las cosas, es parte de la magia profunda de la contemplación.
El hecho de no conocer no quiere decir que no seamos, esta es la ilusión, y al ser nada somos libres, inseparables, somos todo. Sanar es salvar el espacio que nos separa de todo en la vida. Los demás intentos de mejorar, saber o defendernos son una ilusión. El silencio nos lleva al vacio y el vacio a la no-separatividad así el cuerpo-mente-sensación nos dará paso a otras trans-formaciones, que las podremos llamar sanaciones, esto es abrirse a la impermanencia, al vivir siempre cambiante. Así confiamos, contemplamos y nos respiran.
Sanar es curar mediante una amorosa atención y cuidado, es decir usar el cuerpo, la mente o el corazón sin vernos atrapados por ellos. Esta el la unidad básica de la vida, honrar las partes sin perder el misterio de la totalidad, este es el vacio.
 
Carlos Fiel

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