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miércoles, 19 de septiembre de 2012

No eliminemos las alternativas



Fanatismo

La palabra fanático deriva del latín fanaticus, que significa exaltado. Y en su Diccionario del Uso del Español, la gran filóloga María Moliner lo define como “partidario exaltado e intolerante de alguna creencia”. 
 Quien está exaltado no se encuentra en las mejores condiciones para pensar y discernir y tampoco tiene claridad sobre sus propios sentimientos. Como el sol calcinante del mediodía, la exaltación suprime los matices, borra los detalles, destiñe los colores, aplana los volúmenes, distorsiona las formas. Bajo ese sol (tan distinto del que asoma al amanecer o del que declina en el crepúsculo, ambos facilitadores de todo aquello que el otro sol niega), se pierde la riqueza de la diversidad y la posibilidad de la contemplación enriquecedora. En eso se basa el fanatismo, en la eliminación de las alternativas, en la imposición de una opción única y excluyente. 
Decía el filósofo alemán Theodor Adorno que para el fanático el hecho de que otro tome la palabra y exprese una opinión o un gusto diferente “es como una interrupción desvergonzada”. 
 Se podría decir que “soy fanático de…” es sólo una manera de hablar. Sin duda, lo es. Pero ocurre que nuestras palabras y nuestros pensamientos tienen ligazones más directas y más profundas de las que solemos creer, advertir o aceptar. La palabra ordena y expresa el pensamiento. Palabras desordenadas suelen reflejar pensamientos desordenados. Frases inconclusas, remiten a pensamientos inacabados. La pobreza de vocabulario corre pareja con la escasez de ideas. Y las expresiones fanáticas indican pensamientos fanáticos. 
     Al cerrar opciones, al enaltecer y sobrevalorar una única posibilidad, el fanatismo induce a la pereza mental y, sobre todo, le cierra las puertas a la duda. La duda, por cierto, intranquiliza, pero es un maravilloso estímulo para la exploración, para la búsqueda, para la experimentación para el descubrimiento de nuevos horizontes. Los grandes descubrimientos de cualquier orden (esos que son privativos de la condición humana) han partido de dudas, de preguntas que impulsaban a la búsqueda de opciones. 

El fanático se queda con su verdad y no quiere saber más, no acepta que haya otras miradas, teme que la sola posibilidad de otra opinión le quite el frágil piso sobre el que está parado. Al no dudar, no arriesga, al no arriesgar se cree libre de responsabilidad. El fanático entrega su destino a los dictados de otro o de otros. Al dictado de un líder (político, religioso, deportivo, musical), a los mandatos de una moda, a los imperativos de una pandilla (o patota, o barra brava, o grupo) integrada por otros como él, o a las arengas de cualquiera que le garantice aceptación sin cuestionamientos. 
    
 Hay fanatismos livianos, que parecen incluso simpáticos o graciosos (“soy fanático de los Simpson, de la adrenalina, del helado de dulce de leche, etc.”) y hay otros trágicos, que han devenido en genocidios, en persecuciones, en discriminación. Los unos y los otros están vigentes, vivimos en un mundo en el cual el fanatismo es una lamentable realidad cotidiana. Quizá cada uno de nosotros tiene algo que hacer al respecto. Por ejemplo, ampliar su mirada, incluir la mayor cantidad de opciones en su vida, no cerrarse a lo diverso. 
El fanático no es libre, ha quedado atrapado en una única “verdad”. Y la libertad consiste, precisamente, en nuestra facultad de elegir y de hacernos cargo de nuestra elección. ¿Cuándo elegimos? Cuando hay varias alternativas y posibilidades. Cuando no hay fanatismo. 
    Dice la pensadora y psicoterapeuta alemana Elisabeth Lukas (El sentido del momento) que a cada uno de nosotros la vida nos hace esta pregunta: “¿Qué harás conmigo, qué sentido me darás?”. La respuesta exige compromiso y responsabilidad. Y no hay dos respuestas iguales porque no hay dos vidas iguales. El origen del fanatismo está en la negación a hacerse cargo de esta respuesta. El fanatismo elimina la responsabilidad individual y combate la individualidad de los otros. No admite preguntas.
 

Sergio Sinay
  
  

4 comentarios:

Iraide dijo...

INteresante.
Un punto de vista sobre el que pensar.
Gracias!

Graciela dijo...

Hola Iraide :) El fanatismo, la idolatría, solo hacen que desviemos el camino. Reflexionemos, pero desde el corazón.
Gracias, un Abrazo!

El Gaucho Santillán dijo...

Completamente de acuerdo.

El fanatismo es cómodo. No hay que pensar.

Un abrazo.

Graciela dijo...

Hola Gaucho! claroooo...así es. La comodidad que nos impide evolucionar.
Gracias!!!
Abrazo para vos!

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