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domingo, 26 de mayo de 2013

Llanto, sufrimiento y perdón

Hace poco un gran amigo me dijo: "Es bueno llorar, es saludable; lo malo es no cambiar de motivos" ... tan simple...pero me quedé meditando en esto...



Si lloras siempre por la misma situación, estás estancado en un sufrimiento sin fin, no creces.  Si el motivo de tu llanto no es siempre por el mismo problema, significa que te renuevas, evolucionas...no estás  sufriendo, no hay sufrimiento... solo lloras, perdonas, limpias, te relajas y sigues...  


Perdonar es morir internamente para el sufrimiento


Perdonar es perdonarse, y reconocerse vulnerable, inmensa y dichosamente vulnerable, para sentir, para vivir, para amar y volver a sonreír.
Es darse nuevamente el derecho a sentir sin tener que anticipar ni "guiarse" por la experiencia condicionente del pasado.
Es decir ya basta de prolongar ad infinitum este dolor inútilmente, como el obligado luto de nuestras viudas a perpetuidad, consagrado en nuestra cultura, que equipara sufrimiento con elevación espiritual y negación de la vida con complacencia de Dios.
Perdonar es animarse a decirse lo que hay que decirse, claro y en voz alta, y llorar todas las lágrimas que un día no se lloraron, sin poner ya más excusas ni justificaciones, sin más razones ni reclamos, sin tratar de "entender" o de hacerse fuerte; más es también dejar de negarle su lugar en nuestra alma a la alegría, al real contento, ese que emana de la vida misma en nosotros, sin motivo, por el sólo hecho de estar vivos.
Es dejarse amar por el presente, amando lo que somos gracias a lo que fuimos.
Y es reconocer desde la nada que todos somos, que somos apenas seres humanos, ciegos, heridos, y asustados, tirando manotazos a las tinieblas, sin siquiera darnos cuenta de a quien lastimamos cuando contra otros nos golpeamos.
No son los actos de los demás los que nos hieren. Son en realidad nuestros pensamientos sobre estos mismos actos.
La idea de que lo que fue no debía haber sido.  Y la de que fue, no por inconciencia de sus actores, sino por la "mala intención" de los victimarios. Esas son las dos patas sobre las cuales se sostiene el eterno condenado de "lo imperdonable".
Perdonar es animarse a ver, a ver la humanidad del otro como veo la mía, y darse cuenta que no puedo pretender que alguien fuera conmigo en un momento dado, algo distinto de lo que su darse-cuenta en ese momento le permitía.
Perdonar es entonces, por fin bajar los brazos, para abrazarse sin demoras ni disimulos, dejando caer el insoportablemnte pesado fardo de los ayeres con los cuales la mente "protege" al corazón contra la vida.
Y es decirle al otro, ya no "otro" sino igual, que yo también me equivoqué, y que lamento no haberlo visto antes, pero que no fue mala voluntad ni falta de amor, sino ceguera interior, no ver, no darme cuenta.
Y así volverlo nuestro prójimo, dejando que nuestro corazón recupere del mundo ese sagrado espacio que es el corazón del otro.
Y es recordar que un día, tal vez no tan lejano, nuestros pies y los suyos y los de todos los que hoy somos, dejarán de pisar por estas calles que hoy tan distraídamente transitamos, y entonces todas esas grandes afrentas que nunca perdonamos, cinco minutos antes de la hora de partida, no serán más que lo que siempre fueron, patéticas excusas insignificantes con las que neciamente nos impedimos amarnos sin condiciones ni demoras, sin postergarnos por postergar el florecer del corazón para después de que "la deuda" se nos hubiese pago. Sólo quien es capaz de perdonar es capaz de perdonarse.
Y sólo quien es capaz de perdonarse es capaz de renovarse. De recordar con el corazón, que en realidad, la inocencia nunca la perdimos, que el corazón es hoy capaz de amar igual que el primer día, como lo fuimos de niños. Y que la vida es un presente, y que es demasiado hermosa y demasiado corta como para desperdiciarla no amando.
Te deseo con todo mi SER: que te perdones a ti mismo/a por lo que sea que hayas hecho o dejado de hacer.
De la Vida no te preocupes, Ella nunca te juzgó, ni a ti ni a nadie; jamás te condenó por tu enfermedad, por tu no darte cuenta, y no tiene por tanto, nada que perdonarte.
Nada más temas, y por sobre todas las cosas, no temas en ser el primero en amar, y amar, y amar...

Por Richard Mesones.

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