No hay nada que lograr, nada que ganar, nada que alcanzar. Mientras estés haciendo algo por alcanzar tu meta, eso será un mecanismo de perpetuación del ego. Todo lo que desees alcanzar será un ejercicio del ego...No tienes que comprender absolutamente nada. No es que sea difícil, es muy simple... y entonces alli habrá paz en ti...
Es relativamente fácil tener pocas cosas y estar satisfecho con ellas,
contentarse con poco y hasta Compartir ese poco con los demás. Pero una mera
expresión externa de sencillez en las cosas, en las posesiones, no implica por
cierto sencillez en el fuero íntimo. Porque, tal como el mundo es actualmente,
se nos incita desde afuera, desde lo exterior, a tener más y más cosas. La vida
está haciéndose cada vez más compleja. Y, con el fin de escapar a todo eso,
tratamos de renunciar o de desprendernos de las cosas; automóviles, casas,
organizaciones, cines, y de las innumerables circunstancias que desde lo
externo ejercen presión sobre nosotros. Creemos que seremos sencillos viviendo
retirados. Muchos santos, muchos instructores, han renunciado al mundo; y me
parece que tal renunciación por parte de cualquiera de nosotros no resuelve el
problema. La verdadera sencillez, la sencillez fundamental, sólo puede
originarse en el fuero íntimo; y de ahí proviene la
expresión externa. Cómo ser sencillos, es entonces nuestro problema;
porque esa sencillez nos hace más y más sensibles. Una mente sensible, un
corazón sensible, son esenciales, pues entonces uno es capaz de percepción
rápida, de pronta recepción.
Es, pues, indudable, que sólo se puede ser interiormente sencillo
cuando uno comprende los innumerables impedimentos, apegos, temores, que a uno
lo tienen sujeto. Pero a la mayoría de nosotros nos gusta estar sujetos a las personas, a las posesiones, a las ideas. Nos gusta
ser prisioneros. Interiormente somos prisioneros, aunque en lo externo
parezcamos muy sencillos.
Interiormente somos prisioneros de nuestros deseos, de nuestros
apetitos, de nuestros ideales, de innumerables móviles. Y la sencillez no puede
hallarse a menos que seamos interiormente libres.
Ella, por lo tanto, ha de empezar primero en lo interno, no en lo
exterior.
Hay, por
cierto una extraordinaria libertad cuando uno comprende todo el proceso del
creer, cuando uno comprende por qué la mente se apega a una creencia. Y, cuando
uno se ve libre de creencias, hay sencillez. Pero esa sencillez requiere
inteligencia; y para ser inteligente hay que darse cuenta de los propios impedimentos.
Para darse cuenta hay que estar constantemente en guardia, sin asentarse en determinada rutina, en determinado tipo de acción o de pensamiento.
Porque, después de todo, lo que uno es en su interior influye sobre lo externo.
La sociedad, o cualquier forma de acción, es la proyección de nosotros mismos;
y, si no nos transformamos interiormente, la mera legislación significa muy
poco en lo externo; puede traer ciertas reformas, ciertos reajustes, pero lo
que uno es en su interior se sobrepone siempre a lo externo. Si interiormente
uno es codicioso, ambicioso, si persigue ciertos ideales, esa complejidad íntima terminará por
trastornar, por demoler la sociedad externa, por cuidadosamente planeada que
ella pueda estar.
Por eso,
ciertamente, uno tiene que empezar por el fuero íntimo, sin excluir ni rechazar
lo externo. No hay duda de que llegáis a lo interno al comprender lo externo, al
descubrir por qué el conflicto, la lucha, el dolor, existen en el mundo
exterior; y a medida que esto se investiga más y más, penetra uno naturalmente
en los estados psicológicos que producen los conflictos y miseria externas. La
expresión externa es mero indicio de nuestro estado interior; mas para
comprender ese estado íntimo, uno ha de enfocarlo a través de lo externo. Eso
es lo que casi todos hacemos. Y, al comprender lo interno -no en forma
exclusiva, ni rechazando lo externo, sino comprendiendo lo externo y de ese
modo llegando a lo interno- encontraremos que, al proseguir investigando las íntimas
complejidades de nuestro ser, nos hacemos cada vez más sencillos y más libres.
Es esa sencillez interior la que resulta esencial. Porque esa sencillez crea
sensibilidad. Una mente que no es sensible, que no está alerta, que carece de
percepción, es incapaz de receptividad, de toda acción creadora. Por eso es que
dije que la conformidad, como medio de llegar a la sencillez, realmente embota
e insensibilizan la mente y el corazón. Cualquier forma de compulsión autoritaria
-impuesta por el gobierno, por uno mismo, por el ideal de realización, etc.-
cualquier tipo de conformidad tiene que contribuir a la insensibilidad, a que
no seamos interiormente sencillos. Exteriormente podéis someteros y dar la
impresión de sencillez, como lo hacen muchas personas religiosas. Ellas
practican diversas disciplinas, ingresan a distintas organizaciones, meditan de
una manera especial, etc., todo lo cual les confiere una apariencia de
sencillez. Pero tal conformidad no
contribuye a la sencillez. Ninguna forma de compulsión puede jamás llevar a la sencillez.
Al contrario: cuanto más reprimís, cuanto más substituís, cuanto más sublimáis,
menos sencillez existe. Cuanto mejor comprendáis, empero, el preciso de la
sublimación, de la represión, de la substitución, mayor será la posibilidad de
sencillez.Nuestros problemas sociales, ambientales, políticos, religiosos, son
tan complejos, que sólo podemos resolverlos siendo nosotros sencillos, no
volviéndonos extraordinariamente eruditos y sagaces.
J. Krishnamurti
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