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lunes, 15 de febrero de 2010

El Trayecto


El trayecto

 "... Quizás sea verdad que en algún momento se nos presente la oportunidad de revisar el sendero por el que transcurrimos e iniciar el viaje por otro ramal más fértil."

Todo empieza por un sutil movimiento: Despegar la mirada de su crispada atención hacia lo externo, lo material, lo que el otro pueda darme… Volver los ojos al interior en busca de eso que me habita. Realizar un lento galanteo con mi propio ser para poder alcanzar las blancas nupcias tantas veces descritas en los cuentos de mi niñez y cuyo secreto nunca me fue desvelado.
Unir mi ego y mi ser. Encontrar mi guía más certero en mi interior, saber que ya no necesito pedir permiso ni venderme a trozos por un pedazo de amor. Poder percibirme entera y asentada sobre la tierra.
Y desde ahí, desde la solidez y la fuerza que me aporta el haberme recuperado, dejarme sentir que estoy viva. Celebrar mi existencia como un don; gozar la vida como un regalo; sentir la sensación sensual de mi carne, mi piel y mis huesos sabiendo de su sabiduría; y confiar, que es como decir, aceptar todo lo que me llegue porque de todo me nutro, aprendo y crezco.
Fuerza surgiendo de mi conexión interior. Confianza apoyada en mi propia luz brillando en el corazón. Desde ahí puedo emprender ya el viaje tantas veces descrito en leyendas y cuentos: El descenso a los infiernos de mi propia sombra; esa que por tanto tiempo me ha mantenido encadenada al terror de su descarnado rostro. Mirar la Esfinge y ver mi propio reflejo sin las veladuras de la idealización. Encontrarme cara a cara con Medusa y que su viscosa mirada no me enloquezca. Destapar ese demonio que yo soy y así describirlo a mis ojos de manera que ya no me sorprenda. Exorcizar su fuerza e incluso, llegar a sentir compasión por él; y aun más, llegar a quererlo y alcanzar así el perdón.
Porque ese es el don mágico, el talismán de aquellos cuentos; la poción maravillosa que cura a la princesa, la despierta y la libera de su prisión. Del dragón de siete cabezas ya no brotarán más lenguas de fuego; apagadas por mis lágrimas se irán extinguiendo en volutas de vapor.
Y, después de eso, descubrir el Amor. Ya no ese "amor" que desea y fagocita al otro. Ya no ese sentimiento ávido que absorbe. Ya no el espejismo que únicamente me deja ver mi fantasía irrealizable del ideal que anhelo. Un amor sencillo y cálido; una emanación continua de ternura y compasión; un fluído silencioso derramándose sin objeto ni intención; un amor abierto a la vida y al tiempo.
Anhelar ese amor es inevitable si se lo ha sentido en algún momento.
 
Carmen Vazquez

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