NUESTRAS RELACIONES principalmente se manifiestan mediante la palabra, y esta forma de relacionarnos no es indiferente. Nuestra palabra es un reflejo de la Palabra encarnada. El Señor dijo: "Que se haga la luz." Y lo invisible, mediante la palabra tomó su existencia. La palabra presenta una fuerza enorme en el mundo . En nosotros, mediante la palabra se revela lo oculto, lo que esta escondido se hace visible. La palabra se debe usar con gran cuidado. Cuan importante es que nuestra palabra tenga la atmósfera del bien. Mediante las relaciones, con la palabra buscamos el bien propio, queremos llevarlo dentro de nosotros. La palabra que lleva el bien al pronunciarse, ilumina nuestras vidas. Si en la conversación la palabra buena tuvo fuerza, entonces después por mucho tiempo nos quedara el sentimiento bueno de algo valioso, común a nosotros, divino. La palabra nos debe acercar, traer la unión, y no la disolución y separación. La palabra que llega a un medio razonable, provoca una gran acción, la cual tiene un enorme significado en toda la formación de nuestras vidas.
Con fuerza de un bien potencial que se encuentra en nosotros, cuando sale al exterior lleva en sí el bien y la luz, en tanto que esta unida con la Fuente de luz, Dios Verbo. Se personifica.
Cuando derramamos la palabra sin ninguna atención hacia ella, nosotros ni pensamos que estas palabras pueden llevar a la separación y la disolución en la familia, en la sociedad y en el mundo. Cuando nos reunimos en las charlas, normalmente empezamos criticando algo, y enseguida empezamos a juzgar. La acción de juzgar es una llaga que desmoraliza nuestra vida. Ella nos separa, nos aparta al uno del otro, y se produce la disolución de las cosas buenas que hay dentro de nosotros. La palabra debe formar nuestra vida, juntar el bien, acercarnos, traer la unión, y no la separación, la disolución y la muerte. Y cuan importante es que la palabra, que es el reflejo del Refugio de Dios en la tierra, me traiga la luz y la alegría de la vida, en medio de una atmósfera de rencor y desunión, en la cual vivimos. Frecuentemente con la palabra atribuimos a las personas aquellos rasgos que no tienen, sospechamos aquello que en realidad ni siquiera existe. Una utilización así de las palabras, solo siembra la separación entre nosotros. La palabra buena, que alcanza el medio donde encuentra su repercusión, provoca un cambio enorme en este medio, mueve montañas. Esto lo vemos frecuentemente en la historia del hombre.
Nuestra relación mediante la palabra no es algo indiferente. La palabra lleva la eternidad, y nuestras palabras no se pierden en sí mismas, sino que van a la eternidad. Hay que utilizar la palabra de tal manera que no tengamos que contestar por ella en el día del juicio, ya que está dicho: "De cualquier palabra ociosa, que hablaren los hombres, han de dar cuenta en el día del juicio" (Mateo 12:36). No seré Yo el que juzgue, sino la palabra, dijo el Señor (Juan 12:48). La luz vino a la tierra, y nosotros no la percibimos. No llevamos la bondad en nosotros. El bien que no esta concentrado no nos ilumina, y no notamos la fuerza que posee. En las relaciones con otras personas, debemos buscar las cosas comunes que tenemos, separando todo lo que nos aleja al uno del otro. No he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo" (Juan 12:47). Tenemos que tratar de no juzgar al prójimo. Debemos buscar el bien en este mundo. El Reino de Dios, luz y alegría, está acá entre nosotros, y dentro nuestro.
El amor propio, juzgar al prójimo, la irritación y la soberbia son espinas que nos pinchan a nosotros y a los que nos rodean. Hay que sacar estas espinas que causan dolor. Son una cruz. En cambio, si reformamos nuestro corazón dándole lugar a nuestra Divinidad, nos alegramos. Entonces la luz de Dios ilumina nuestros corazones.
Nuestra palabra buena, es una fuerza ejecutora, ya que le es común aquella fuerza creadora que tiene Dios Verbo. Con la palabra como fuerza divina, se vence al mal originado. La palabra también esta en el silencio: es la palabra interna. Hasta la palabra que no se dice tiene fuerza. Frecuentemente se ríen de la palabra buena y le son indiferentes, pero no hay que temer de esto. Ella pasa por este ambiente y sale como un grano. Para crear los brotes de granos de fuerza divina, anunciados por el Creador, vence el campo terrenal, se introduce y crea vástagos. Así también, la palabra buena tiene su comienzo creador, "Por Quién fueron hechas todas las cosas." No temas de decir una palabra buena. La palabra que encuentra un terreno de bondad, puede convertirse en una acción y traer frutos preciosos.
En el momento que nace la palabra interna hay que dirigirse a Dios pidiendo ayuda. Dirigiéndonos a Dios traemos la luz del cielo, y ella entra en nosotros, entonces la palabra que nace trae la luz al mundo, y resulta creadora y unificadora. La oscuridad le teme a la luz.
El hombre siempre espera algo. Ahora no tenemos nada que esperar, sino que tenemos que actuar. Hay que esforzarse para decir la palabra buena, bondadosa. Esta es la misión que le da el Señor a cada persona. El bien es audaz. La palabra buena que lleva el bien, en las almas semejantes trae la luz, y en las almas oscuras denuncia la oscuridad. El bien, en la vida real va hacia la eternidad. Al decir una palabra buena, es como que abrimos el cielo y entramos en la eternidad. La palabra buena nos trae el bien y la alegría en esta vida, y en la vida futura y eterna nos dará la bienaventuranza de mirar a Dios. Así como es la semilla en la parábola del sembrador, así es la palabra buena que cae en la tierra del bien, dará frutos, algunos multiplicados por 30, otros por 60, y otros por 100.
Arzobispo Sergio (Korolev) de Praga (1881-1952).
«Sea esta la regla de nuestra vida: decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma, que la palabra vaya de acuerdo con los hechos» Séneca
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