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martes, 1 de febrero de 2011

Sistema energético humano


Medicina Energética e Intuición
Cuando hablo de la intuición suelo decepcionar a algu­nas personas, porque estoy firmemente convencida de que la visión simbólica no es un don sino una habilidad, una ha­bilidad que tiene su base en la propia estima. Desarrollar esa habilidad, y un sano sentido de sí mismo, resulta más fácil cuando se piensa con las palabras, los conceptos y los prin­cipios de la medicina energética. Así pues, aprender a utilizar la intuición es apren­der a interpretar el lenguaje de la energía. 
La capacidad intuitiva la tenemos todos, porque es una habi­lidad de supervivencia y no tiene una intención espiritual. Sin embargo, mantener una actitud reflexiva o meditativa facili­ta la recepción de las intuiciones. La objetividad nos ayuda­rá a interpretar las impresiones que recibimos y a situarlas en un contexto espiritual simbólico.
La objetividad es la clave
La experiencia me ha enseñado a discernir entre impre­siones personales e impersonales; mi indicador de una in­tuición correcta es la falta de emoción. Una impresión cla­ra no tiene para mí ninguna energía emocional conectada con ella. Si siento una conexión emocional con una impre­sión, considero que esa impresión está contaminada. Mu­chas veces, sin embargo, la persona a quien se está evaluan­do sí siente cierta carga emocional de la impresión que uno recibe.
A mi juicio, las impresiones no son ni auditivas ni vi­suales- Más bien son como rápidas imágenes mentales que contienen una corriente eléctrica muy sutil. Cuando explo­ro el cuerpo de una persona, me concentro en cada centro de energía y espero que surja una imagen. Pasados unos cinco segundos comienzan a surgir las imágenes, y el proceso con­tinúa desarrollándose hasta que se detiene solo- La duración varía de una persona a otra; la lectura de algunas personas precisa casi una hora, mientras que las de otras tardan me­nos de diez minutos.
El campo energético humano 
Todo lo que vive late de energía, y toda esa energía con­tiene información. Si bien no es sorprendente que quienes practican medicinas alternativas o complementarias acepten este concepto, lo cierto es que incluso algunos físicos cuán­ticos reconocen la existencia de un campo electromagnético generado por los procesos biológicos del cuerpo. Los cien­tíficos aceptan que el cuerpo humano genera electricidad, porque el tejido vivo genera energía.
El cuerpo físico está rodeado por un campo energético que abarca el espacio que ocupan los brazos extendidos y todo el largo del cuerpo. Este campo es a la vez un centro de información y un sistema perceptivo muy sensible. Median­te este sistema estamos en constante «comunicación» con to­do lo que nos rodea, ya que es una especie de electricidad consciente que transmite y recibe mensajes hacia y desde los cuerpos de los demás. Estos mensajes que entran y salen del campo energético son los que percibimos los intuitivos.
Quienes practican la medicina energética creen que el campo energético humano contiene y refleja la energía de ca­da persona. Nos rodea y lleva con nosotros la energía emo­cional generada por nuestras experiencias interiores y exte­riores, tanto las positivas como las negativas. Esta fuerza emocional influye en el tejido físico interno del cuerpo. De esta manera, la biografía de una persona, es decir, las expe­riencias que conforman su vida, se convierte en su biología.
Entre las experiencias que generan energía emocional en el sistema energético están las relaciones pasadas y actuales, tanto personales como profesionales, (las experiencias y re­cuerdos profundos o traumáticos, y todas las actitudes y cre­encias, sean de tipo espiritual o supersticioso. Las emocio­nes generadas por estas experiencias quedan codificadas en el organismo y los sistemas biológicos y contribuyen a la for­mación de tejido celular, el cual genera a su vez, una calidad de energía que refleja esas emociones. Estas impresiones energéticas forman un lenguaje energético que contiene una información literal y simbólica. Una persona intuitiva mé­dica puede leer dicha información.
He aquí un ejemplo del tipo de mensaje que podría co­municar el campo energético. Supongamos que una persona tenía dificultades para aprender matemáticas en la escuela de primera enseñanza- Normalmente, saber que doce hacen una docena no supone una carga emocional susceptible de alterar la salud del tejido celular. Pero si el profesor o la profesora hu­millaba a esa persona porque no sabía eso, entonces la expe­riencia tendría una carga emocional que generaría lesión celular, sobre todo si la persona insiste en ese recuerdo en la edad adulta, o lo utiliza a modo de piedra de toque para determi­nar la forma de hacer frente a las críticas, las figuras de auto­ridad, la educación o el fracaso. Un intuitivo podría captar la imagen literal de la relación de esa persona con su profesor o cualquier otro símbolo negativo ligado a esa experiencia.
Las imágenes positivas y la energía de las experiencias positivas también están contenidas en el campo energético. Piense en alguna ocasión en que alguien le elogiara un tra­bajo bien hecho, un acto de bondad o la ayuda que prestó a una persona. Sentirá una energía positiva, una oleada de po­der personal dentro del cuerpo. Las experiencias positivas y negativas dejan registrado un recuerdo en el tejido celular y en el campo energético. La neurobióloga Candace Pert ha demostrado que los neuropéptidos, sustancias químicas ac­tivadas por las emociones, son pensamientos convertidos en materia. Las emociones residen físicamente en el cuerpo y se interrelacionan con las células y los tejidos. De hecho, la doc­tora Pert dice que ya no puede separar la mente del cuerpo, porque el mismo tipo de células que producen y reciben esas sustancias químicas emocionales en el cerebro están presen­tes en todo el cuerpo. A veces el cuerpo reacciona emocionalmente y fabrica sustancias químicas emocionales incluso antes de que el cerebro haya registrado un problema. Re­cuerde, por ejemplo, lo rápido que reacciona su cuerpo ante un ruido fuerte, antes de que haya tenido tiempo de pensar.
En su libro Healing and the Mina, Bill Moyers cita las palabras de la doctora Pert: «Ciertamente hay otra forma de energía que aún no hemos entendido. Por ejemplo, hay una forma de energía que parece abandonar el cuerpo cuando és­te muere. [...] La mente está en todas las células del cuerpo.» «¿Quiere decir que las emociones están almacenadas en el cuerpo?», le pregunta Moyers. «Por supuesto. ¿No se había dado cuenta? [...] Hay muchos fenómenos que no podemos explicar sin referirnos a la energía.»
La energía emocional se convierte en materia biológica mediante un proceso complejísimo. Al igual que las emiso­ras de radio operan en longitudes de ondas energéticas es­pecíficas, cada órgano y sistema corporal está calibrado para absorber y procesar energías emocionales y psíquicas espe­cíficas. Es decir, cada zona del cuerpo transmite energía en una frecuencia específica, detallada, y cuando estamos sanos, todas están «sintonizadas armónicamente». Una zona del cuerpo que no esté transmitiendo en su frecuencia normal in­dica dónde se encuentra localizado un problema. Un cambio en la intensidad de frecuencia indica un cambio en la natura­leza y gravedad de la enfermedad, y revela la modalidad de estrés que ha contribuido a desarrollar la enfermedad.
Esta forma de interpretar la energía del cuerpo se llama a veces «medicina vibratoria». Se asemeja a las prácticas y cre­encias más antiguas, desde la medicina china y las prácticas chamanicas indígenas, hasta casi todas las terapias populares o alternativas. La verdad es que la medicina energética no es nueva; pero yo creo que mi interpretación de ella y de la for­ma en que podemos utilizarla para sanar espiritualmente, jun­to con los tratamientos médicos contemporáneos, es única. SÍ una persona es capaz de percibir que está perdiendo energía debido a una situación estresante, y actúa para corregir esa fu­ga de energía, reduce, sí no elimina completamente, la proba­bilidad de que ese estrés se convierta en una crisis física.
Si bien puedo analizar para usted el lenguaje de la ener­gía para que comience a ver y sentir el campo energético hu­mano, a entender su correspondiente anatomía espiritual, a conocer las fuentes de su poder personal y a desarrollar su propia intuición, tengo cierta dificultad para explicar exac­tamente cómo adquiero yo esa información energética. Al parecer otras personas intuitivas tienen la misma dificultad, pero todas captamos la información que posee el impulso más fuerte, la mayor intensidad. Por lo general, esos impul­sos están directamente relacionados con la parte del cuerpo que se está debilitando o enfermando. Normalmente, el sis­tema energético de la persona sólo transmite la información que es esencial para que la conciencia conozca el desequili­brio o la enfermedad. A veces la información simbólica re­sulta perturbadora, como en el caso de la imagen de «dispa­ros en el corazón». Pero esa intensidad es necesaria para que el mensaje del cuerpo pueda pasar a través de las pautas men­tales o emocionales habituales causantes del desarrollo de la enfermedad. Las intuiciones médicas colaboran con la in­tención del cuerpo de favorecer su salud y su vida; es decir, nuestra energía siempre va a buscar la salud, a pesar de lo que podamos hacernos a nosotros mismos físicamente. Si, por ejemplo, decimos una mentira, en la mayoría de los casos nuestro campo energético le comunicará a la otra persona la «realidad energética» de que no estamos diciendo la verdad. La energía no miente; no sabe mentir.
Entre la cabeza y el corazón
Dado que el centro de la voluntad está situado entre las energías del corazón y las de la mente, necesitamos aprender a equilibrar nuestras reacciones a sus impulsos. Por lo gene­ral, cuando somos niños se nos dirige hacia una de estas dos energías gobernantes: normalmente, se dirige a los niños pa­ra que utilicen la energía mental, y a las niñas para que se de­jen llevar por el corazón.
La energía mental potencia el mundo externo, mientras que la energía del corazón potencia nuestro ámbito personal. Durante siglos, nuestra cultura ha creído que la energía emo­cional debilita la capacidad de tomar con rapidez las decisio­nes mentales necesarias, y que la energía mental es práctica­mente inútil en el ámbito emocional. Hasta los años sesenta, esta separación se consideraba aceptable. En esa década, en la que el corazón se encontró con la mente, se redefinió este concepto: una persona equilibrada es aquella que actúa con el corazón y la mente al unísono.
Si la mente y el corazón no se comunican con claridad entre sí, uno dominará al otro. Cuando nos dirige la mente, sufrimos emocionalmente porque convertimos en enemiga la información emocional; queremos dominar todas las si­tuaciones y relaciones, y mantener la autoridad sobre las emociones. Si nos dirige el corazón, tendemos a mantener la ilusión de que todo marcha bien. Dirija la mente o el corazón, la voluntad no estará motivada por la sensación de seguridad interior, sino por el miedo y el inútil objetivo de controlar. Este desequilibrio entre la cabeza y el corazón convierte a la persona en adicta. Desde el punto de vista energético, cual­quier comportamiento motivado por el miedo al crecimiento interior equivale a una adicción. Incluso comportamientos que normalmente son sanos, como el ejercicio y la medita­ción, por ejemplo, pueden ser adicciones si se emplean para evitar el dolor, el conocimiento o la intuición personal. Cualquier disciplina se puede convertir en un tenaz obstáculo entre la conciencia y el inconsciente, que dice: «Quiero orientación, pero no me des ninguna mala noticia.» Incluso tratamos de controlar la propia orientación que estamos bus­cando. Acabamos por vivir en un ciclo, aparentemente in­finito, de desear el cambio temiendo al mismo tiempo ese cambio.
La única manera de abrirnos paso a través de ese obs­táculo es tomar decisiones en las que intervenga el poder uni­do de la mente y el corazón. Es fácil continuar con un hábi­to que nos obstaculiza, alegando que no sabemos qué hacer a continuación. Pero eso rara vez es cierto. Cuando estamos atrapados por un hábito, se debe a que sabemos exactamen­te lo que deberíamos hacer a continuación, pero nos aterra hacerlo. Para romper la repetición de los ciclos de nuestra vi­da sólo hace falta tomar una firme decisión que apunte ha­cia el mañana, no hacia el ayer. Las decisiones que dicen «Se acabó, no continuaré aceptando este tipo de trato», o «No puedo seguir aquí ni un solo día más; debo marcharme», con­tienen el tipo de poder que une las energías de la mente y del corazón, y la vida comienza a cambiar casi instantáneamen­te a consecuencia de la autoridad presente en ese intenso gra­do de elección. De acuerdo que asusta dejar los contenidos de la vida que conocemos, aun cuando esa vida sea terrible­mente triste. Pero es que el cambio asusta, y esperar a tener esa sensación de seguridad antes de hacer un cambio sólo produce más tormento interior, porque la única manera de obtener esa sensación de seguridad es entrar en el remoli­no del cambio y salir por el otro lado sintiéndose vivo de nuevo.

Extracto del libro: Anatomía del espíritu de
Caroline Myss

2 comentarios:

Ernesto. dijo...

Excelente texto Graciela... una vez más.

He empezado a guardar pequeñas reseñas de tus trabajos junto al enlace del mismo, lo que me permite volver a releer algunos temas concretos.

Un abrazo.
Ernesto.

Graciela dijo...

Gracias Ernesto, y ya sabes que todo es para difundir, por lo tanto toma lo que creas conveniente y comparte.
Te dejo un Abrazo.

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