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miércoles, 27 de abril de 2011

Tiempo del corazón

“Hemos aislado el tiempo del corazón del tiempo del mundo físico. Tratando de conquistar a la materia, hemos sido conquistados por ella. Somos objetos de un tiempo creado por nosotros y no sujetos del tiempo de la conciencia, del espíritu, del corazón. El tiempo del corazón no corre detrás de nada y un corazón tranquilo nunca es derrotado por el tiempo". Jacob Needleman





Hasta que se inició la dictadura del reloj, los seres humanos vivían conscientes de que eran parte de la naturaleza; no se sentían ni al margen ni por encima de ella. Los ciclos de la Luna, la secuencia de las estaciones, las posiciones del Sol en el cielo, los celos de los animales, eran observados y respetados; los ciclos de la propia vida (niñez, adultez, vejez) también, y eso que hoy conocemos (y tememos) como tiempo era una experiencia subjetiva y natural. En la cultura hindú no existía el temor al paso de las edades (llamadas yugas) porque se consideraba que, aunque transcurrieran el tiempo y la vida, el ser era permanente. El tiempo era circular, no una flecha a la que había que perseguir o de la que era necesario huir. Transcurría a través de rituales cotidianos.
En Grecia, Platón consideraba el tiempo como "la imagen móvil de lo eterno". Y si lo eterno era el alma, buena parte del tiempo debía estar destinado a alimentarla. Ya después del reloj, en el siglo XVIII, el filósofo idealista Emanuel Kant diría que el tiempo y el espacio no están fuera de nosotros, sino que son categorías internas, que se trata de una intuición que nos permite discernir lo que está arriba o abajo, lo que ocurre antes o después.

"Son muchísimas las personas que no logran vivir porque están siempre preparándose para vivir", define Watts de una manera terminante. ¿Qué es prepararse para vivir? En la práctica es posponer, estar muy ocupado con urgencias, dejar para después en el orden de prioridades aquellas cosas importantes o de veras preciadas y necesarias (amigos, aficiones creativas, actividades y comunicación con seres queridos, atención de la salud física y espiritual, alimentación emocional y cultural) para anteponer otras que consideramos como paso "previo" y "necesario" para lo otro.
"Para estar aquí y ahora, para habitar en su totalidad el tiempo presente, hay que tener dos vidas simultáneas –dice Jacob Needleman–; una vida exterior y una vida interior." La exterior es la de nuestras actividades, la de nuestros deberes, la de nuestras demandas que provienen de afuera, a veces deseadas y esperadas, otras veces no. La vida interior remite a una búsqueda intransferible, que nadie puede hacer por cada persona. La búsqueda de las prioridades esenciales, de esas que no se miden por lo que exhibimos, sino por nuestro estado emocional. Para esta búsqueda hay que darse tiempo. "Otra clase de tiempo" –recuerda Needleman–, que no está en los relojes ni en los calendarios. "El mundo puede ser medido con un reloj y después computadorizado", dice el filósofo. Pero esto es sólo la manipulación del tiempo, un ejercicio que se realiza en la superficie y no en la profundidad de la vida. Tiene un alto contenido de ilusión.

En realidad, como dice el propio Needleman, en el interior de cada individuo hay un ritmo personal, el ritmo de su naturaleza intransferible. Cuando las personas no están en sintonía con esa cadencia y aceptan, o se imponen a sí mismas, otros ritmos, el tiempo empieza a ser un problema en sus vidas. Y seguirá siéndolo mientras se lo afronte como una cuestión de medidas. El tiempo es más que el uso que hacemos de los nanosegundos (categoría de última generación), segundos, minutos, horas, días, semanas, meses o años.

"Administración del tiempo –añade Stephen Covey– es una expresión poco feliz; el desafío no consiste en administrar el tiempo, sino en administrarnos a nosotros mismos."

El tiempo "escapa", se "pierde", "escasea", "vuela", cuando se aplica a expectativas que no conducen a desarrollar relaciones ricas, a satisfacer necesidades humanas íntimas y esenciales, a disfrutar de momentos espontáneos, no planificados y no necesariamente "productivos". En la concepción de Covey, poner el acento en nuestros valores nos permite priorizar lo que de veras es importante. Cuando no lo hacemos, corremos detrás de lo urgente, carecemos de un eje: los acontecimientos (familiares, laborales, sociales) marcan nuestra agenda. Lo urgente reclama reacción, nos saca de la ruta por la que veníamos, nos altera. Lo importante apunta a resultados mediatos, a nuestra misión en la vida, a nuestros valores y propósitos trascendentes, que van más allá de nosotros mismos, de nuestra satisfacción inmediata y efímera. Ante la urgencia, sólo reaccionamos; ante lo que es importante, actuamos.
El ejercicio pleno y consciente de la responsabilidad lleva a construir una vida elegida, no una vida dictada. Desde ya, esa vida se construirá en la cinta del tiempo, pero –como señalan las consultoras Diana Hunt y Pamela Hait en su Tao del tiempo– "ya no remamos contra la corriente ni procuramos forzar los hechos", ponemos el acento en nuestro camino, en nuestra elección; no trabajamos contra el tiempo, apresurados por derrotar al reloj, atiborrando nuestro calendario. Hunt y Hait dicen: "Cuando vivimos enfocados en el ser, se reacomodan el hacer y el tener… y desaceleramos.

Por Sergio Sinay










2 comentarios:

Mandalas, Espacio Abierto dijo...

Hola Graciela

Interesante manera de hablar del paso del tiempo y de lo que podemos perdernos sino vivimos el presente, la totalidad de los momentos que nos presenta la vida.

Saludos.

Graciela dijo...

Hola "Mandalas"! Todos y cada uno de los momentos deben ser vividos de manera excepcional...con el corazón abierto, para estar atentos a la vida plena :)
Gracias por tu visita! Te dejo un gran Abrazo!

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