Un cuerpo que no
reproduce los patrones estéticos originales es un cuerpo que no es una caja de
resonancia y por lo tanto, es un cuerpo disonante y ello tiene sus consecuencias
energéticas, emocionales, mentales y en consecuencia será un cuerpo enfermo. Es menester afinar nuestro cuerpo para que la música que de él sale sea
armoniosa; algunos lo intentan con el alimento, con la meditación, con la
observación del pensamiento para que sea coherente con la acción y todo ello
está bien, pero estamos dejando de lado la afinación del instrumento simplemente
por ignorancia, porque hemos llegado a creer que eso solo le corresponde a los
músicos, lo cual quiere decir, que hemos dejado de ser artistas, co-creadores,
sencillamente porque se nos olvidó el Patrón de Ley de la Creación y ahora nos
damos el lujo de desdeñar de ello, de no darle importancia a lo esencial por
estar con la atención puesta en lo urgente –emocional o físico- que por lo mismo
suele ser lo superficial. Así, por considerar culturalmente que la estética y la
música es para unos pocos, relegamos nuestro instrumento principal que es el
cuerpo para que la sociedad de consumo lo afine a su criterio y claro, así ha
sido, ahora estamos tan sordos como un tambor de cemento y los que medio se
interesan por estos asuntos, creen que los instrumentos de la sinfónica se
pueden afinar a partir de cualquier diapasón, lo cual es cierto si se trata de
divertir a los sentidos, pero cuando se trata de que la música sea una opción
sanadora, auto-regulante y sintonizadora de todo cuanto se ha desarmonizado,
entonces esa actitud no es válida; será menester que nuestros músicos de oficio
recuerden la importancia de afinar nuevamente los instrumentos musicales a
partir de la nota del Tzol que nos regula la vida, es decir del Do de 512 hertz,
o de su correspondiente nota “LA” de la escala inmediatamente inferior, con
vibración de 432 hertz (512 x 54/64)*.
Guillermo Hernández
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