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domingo, 12 de agosto de 2012

DISFRUTAR LA VIDA

 
  Cada momento encierra un sentido
Si existiese la fórmula para disfrutar de la vida probablemente algún oportunista ya la habría patentado y sólo accederían a ella quienes pudieran pagar. Pero la receta no existe. ¿Qué es disfrutar de la vida? ¿Divertirse hasta el aturdimiento? ¿Evadir toda reflexión comprometida? ¿Dedicar tiempo a nuestros seres queridos? ¿Hacer con alegría aquello en lo que se expresan nuestras habilidades y posibilidades? ¿Se trata de buscar un placer detrás de otro, así haya que endeudarse para ello? ¿O de contemplar sin apuro y sin objetivos productivos la vida que nos rodea? ¿Es anestesiarse con adrenalina? ¿O emprender una travesía en la cual viajar es más importante que llegar? ¿Puede el disfrute vital ser un objetivo a alcanzar, como si fuera un premio o una presa? ¿O será, quizás, la consecuencia de aquello que hacemos, y de cómo lo hacemos, de aquello que vivimos, y de cómo lo vivimos?
El monje benedictino Anselm Grün dice, en El pequeño libro de la vida, haber conocido gente que cuando está de vacaciones no puede abandonarse a la belleza del paisaje porque se pregunta si ha realizado la reserva en el sitio correcto, o si no podría haber ido a un destino con un clima mejor, o cuando encuentran a una persona en lugar de gozar de ese encuentro se ponen a pensar qué opinan de esa persona, o cuando están rezando se preguntan si esa oración será atendida. Dice Grün que sólo cuando puede dejar de controlar el efecto externo de cada una de sus acciones es capaz de “aceptar un encuentro, de una conversación, y disfrutar de eso que hay entre nosotros”. O disfrutar, agrego de mi parte, de eso que hay entre yo y el paisaje, entre yo y los sonidos, entre yo y aquella tarea a la que estoy entregado.
Esto requiere permanecer en el tiempo y en el lugar presente. El presente no es un instante suspendido de la nada en la inmensidad del tiempo. Es un momento rico, profundo y trascendente, puesto que se alimenta de todo lo transcurrido y se tiende, desde esas raíces, hacia lo que viene. No es necesario regresar a nuestra infancia, para disfrutar de la vida. Por una parte ese regreso no es posible y, en mi opinión, bien puede significar una huida del presente, en el cual está nuestra vida real y del cual la propia vida nos pide, a través de las situaciones que nos plantea, que nos hagamos cargo. Cada momento de la existencia es la actualización de un continuo presente, cada etapa nos propone sus propios motivos para disfrutar, si es que nos mantenemos en ella. Rumi, poeta persa que vivió entre 1207 y 1273, escribió: deja que la belleza que amas se exprese en tu acción. Quizás decía que estando en donde estamos y haciendo lo que hacemos es como se percibirá el disfrute de vivir. Para ello tal vez sea necesario quitar las barreras del ruido, de la conversación insustancial, de las urgencias, de la ansiedad por lograr, producir o algo, lo que sea, como fuere. Quizás debamos dejar de atosigarnos con estímulos artificiales, prometedores de placeres fugaces.
Cada momento encierra un sentido para quien lo vive. Es un significado propio y único, que se descubre si se está allí para responder a esta pregunta: ¿aquí y ahora, este minuto del tiempo infinito tiene sentido para mí? Asombra la cantidad de veces que la respuesta es afirmativa. Ello sólo depende de estar conectado con los seres y las actividades que son parte de ese presente. Depende también de si nuestros sentimientos y valores están vivos y activos en ese momento. Y depende, por fin, de nuestra actitud ante lo que nos sucede, fuera lo que fuese. Se disfruta de la vida y se comprende su grandeza, cuando se capta el sentido del momento, el cual puede anidar tanto en la alegría como en el dolor. Y más aún cuando se advierte que hay un sentido de mayor vastedad, último, al que acaso no se absorbe en un solo instante, sino con el andar del tiempo. Nada de esto, insisto, es una fórmula. Es apenas la propuesta y el testimonio de una experiencia, que sólo puede resultar personal e intransferible.
 
Sergio Sinay

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