TRABAJA SOBRE LA ATMOSFERA PSÍQUICA
Cada vez con más frecuencia la gente se queja de que el aire está
contaminado: los humos de las fábricas, el gas de los caños de escape de los
coches y la multiplicidad de productos tóxicos que contribuyen a envenenar la
atmósfera... Es cierto, pero, ¿qué podemos decir entonces sobre la atmósfera
psíquica de la tierra? La mayoría de los humanos que viven sin luz, sin
amor, sin tener conciencia de sus responsabilidades, pasan su tiempo expandiendo
a su alrededor pensamientos y sentimientos tan sombríos, viciados y malsanos que
la atmósfera de la tierra se parece a un pantano donde pululan una gran cantidad
de bichos que arrojan sus desechos y excrementos en el mismo estanque donde
otros deben respirarlos y absorberlos. Sí, esta es la triste realidad: una
ciudad no es más que un pantano donde todos los humanos derraman sus angustias,
sus celos, sus odios y todos los deseos insatisfechos. Si fueran un poco más
clarividentes, verían formas horribles, negras, pegajosas, que surgen de
determinadas criaturas y se acumulan en las capas de la atmósfera. Pero incluso,
aun sin ver nada, se puede sentir la existencia de una capa densa, pesada y
tenebrosa sobre las ciudades.
Aunque el mundo entero se movilizara para combatir la polución del
aire, del agua y de la tierra, ello sería aún insuficiente, ya que en el mundo
psíquico también se propagan gases de los caños de escape, humos, productos
tóxicos que están asfixiando a la humanidad. Muchas de las actuales enfermedades
se producen no sólo debido a la polución del aire, del agua y de la comida, sino
también a la polución psíquica. Si la atmósfera psíquica en la que están
inmersos no estuviera tan contaminada, los seres humanos
conseguirían neutralizar todos los venenos exteriores. El mal se encuentra
principalmente en el interior. Cuando internamente os sentís fuertes y en
armonía con vosotros mismos y con los demás, es como si corrientes de energía os
traspasaran, rechazando las impurezas incluso en el plano físico y, de esta
forma, el organismo puede defenderse mejor.
Primero se es vulnerable interiormente y, poco a poco, el mal
acaba manifestándose también en el exterior. Tenemos un ejemplo de
ello en los médicos y en las enfermeras: algunos de ellos que tenían un hígado
en perfecto estado y una sangre muy pura, vivieron sin contaminarse entre gente que padecía las peores enfermedades contagiosas. Otros,
sin embargo, que incluso huyeron para no enfermar, se contagiaron. Sí, porque
permitieron la entrada de impurezas en su interior, y las impurezas son siempre
un buen alimento para los microbios y los virus. La pureza de la sangre, al
igual que la de los pensamientos y sentimientos, rechaza la enfermedad.
Mientras que si el mal ya ha penetrado en los pensamientos, en los sentimientos,
en el corazón, en los deseos, queda una puerta abierta, y ¡qué fácil le
resulta entonces a ese mal descender hasta el plano físico!
A partir de ahora, es preciso que tengáis conciencia de la
existencia de esta atmósfera psíquica. Si la gente se preocupara de producir
menos miasmas y trabajase en llenar el espacio con pensamientos puros,
luminosos, benéficos, teniendo en cuenta que nada es estático si no que todo se
propaga, estas ondas purificadoras serían una bendición para la humanidad. Pero,
¿dónde están los seres luminosos que quieran hacer este trabajo? No hay muchos;
la gente está ocupada en satisfacer sus propios deseos, sus codicias e intenta
triunfar a toda costa, a puñetazos, a patadas. Estas armas son utilizadas en
todas partes, para abrirse camino, y esta actitud resulta muy cara para la
humanidad, ya que la atmósfera es atravesada por ondas caóticas y emanaciones
malsanas. Si existiesen en el mundo suficientes seres luminosos que con su
forma de vivir trabajasen para purificar, en primer lugar, su atmósfera
espiritual, poco a poco otros seres, atraídos por el ejemplo, harían lo
mismo. Es por ello por lo que tan a menudo os hablo de la necesidad de crear
con el pensamiento, allá donde vayáis, una atmósfera límpida, armoniosa,
fraternal, con el fin de que la tierra sea un día como un jardín florido en
donde todos vivan felices.
Omraam Mikhaël
Aivanov
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