Maslow habla de necesidades, no de deseos, y es importante establecer la
diferencia entre ambas instancias. En su tercera acepción, el Diccionario de la
Real Academia describe a la necesidad como «carencia
de cosas que son menester para la conservación de la vida». Y María Moliner
en su Diccionario del Uso del Español (extraordinaria herramienta
acerca del idioma vivo) la nombra como «situación
de quien no tiene lo necesario para vivir».
El
deseo, en cambio, es descrito como «movimiento
enérgico de la voluntad hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa»
(Real Academia) o vinculado con ansiedad, con acción de saciar, con anhelo
(Moliner). Queda claro, en principio, que la necesidad se vincula con la
supervivencia mientras que el deseo es una elaboración mental que puede, o no,
estar vinculada con la supervivencia pero que, definitivamente, no es su
sinónimo. Para sobrevivir necesito agua, ésa es mi necesidad; pero, si me
empeño en que sólo determinada marca de champagne
o de gaseosa pueden saciar mi sed, me impulsa un deseo. Mi hambre clama
por alimento, mi deseo exige caviar del Mar Negro. Refinadas estrategias
mercadotécnicas y publicitarias desarrolladas sin pausa y con escrúpulos
morales decrecientes tienen como objetivo crear constantemente nuevos deseos
que los consumidores deben sentir como necesidades impostergables. «Trabajamos
con sociólogos, psicólogos y antropólogos», se ufana Meyer en la entrevista
citada.
Lo que se necesita de un teléfono es que sirva para hablar y escuchar,
de una computadora que elabore, transmita y conserve información, de un
televisor que reproduzca imágenes, de un auto que nos transporte con seguridad
y economía. Que satisfagan necesidades de comunicación, de transporte, de
información. Cuando aparecen psicólogos, sociólogos y antropólogos complicados
en la tarea, hay derecho a sospechar que se están poniendo conocimientos sobre
el comportamiento humano al servicio de su manipulación con fines que no son
los de mejorar la vida de las personas sino las cuentas de las corporaciones.
La vida de las personas mejora simplemente (como diría Maslow) con la atención
digna de sus necesidades. En un primer momento y nivel, la Tecnología de
Conexión atiende necesidades, sin duda. Pero una vez cubierto ese circuito, se
desboca la voracidad mercantilista. El usuario se convierte en bocado, se trata
de condimentarlo y deglutirlo, crearle «nuevas necesidades», convencerlo de
que, si su teléfono celular no toma fotografías, él está out, no
«pertenece» (¿a qué?), mucho menos si no escucha música hasta aislarse y
ensordecerse; lo mismo ocurrirá si cada uno de los aparatos que se le incita a
comprar, a cambiar, a desechar, a remplazar no lo seduce con absurdas
«prestaciones» tan inútiles como artificiales. Para usarlas necesita dedicar
cada vez más tiempo al uso de tales artefactos, se irá aislando de sencillos
actos cotidianos de comunicación real con personas reales, entrará en circuitos
de dependencia y ya no podrá escapar de ellos porque lo acechará el síndrome de
abstinencia. Ya no es usuario, ahora es usado. Para pasar de una a otra
categoría basta con tener una vida que se ha quedado estacionada en la primera
o segunda escala de la Pirámide de Maslow. Basta con que, una vez satisfechas
las necesidades fisiológicas y de seguridad, se ceda ante la pereza mental, la
falta de coraje espiritual, la pobreza emocional, y no quede entonces otra
alimentación que no sea la material, y no haya voluntad de sentido (como la
nombra Víktor Frankl)ni de autorrealización (en términos de Maslow). Cuando
hace esto, el usuario usado está preparado para ser servido en la mesa de la
tecnología que lo conectará al vacío.
2 comentarios:
Los Budistas, llaman a esto "Lo inútil".
Interesante.
Un abrazo.
Hola Gaucho! exacto...lo inútil nos conecta a un gran vacío :)
Gracias Gauchito!!
Te dejo un Abrazo!
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